THE OBJECTIVE
Ferran Caballero

Hay que hacer los deberes

La verdad es que yo no me había fijado, pero parece que el sol ya no es tan amarillo como solía. En estas noticias le pasa al sol como a los tomates, que parece que tampoco son lo que eran, y a mí un poco como a Francesc Pujols, a quien le dieron el susto de su vida cuando le advirtieron de que el mundo se acabaría en doscientos diecisiete millones de años.

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Hay que hacer los deberes

La verdad es que yo no me había fijado, pero parece que el sol ya no es tan amarillo como solía. En estas noticias le pasa al sol como a los tomates, que parece que tampoco son lo que eran, y a mí un poco como a Francesc Pujols, a quien le dieron el susto de su vida cuando le advirtieron de que el mundo se acabaría en doscientos diecisiete millones de años.

– ¡¿Cómo ha dicho?! ¡¿Cuántos millones de años?!

– Doscientos diecisiete

– ¡Qué susto! ¡Había entendido diecisiete!

Es un chiste que reímos todos pero que imagino que sólo puede hacer gracia de verdad a quien logre creer que tanto da que sean doscientos diecisiete millones de años como doscientos diecisiete años como, si nos ponemos estupendos, diecisiete días. Que, para decirlo con Séneca, la vida nunca es breve para quien la vive bien y que darle un sentido a la existencia no tiene tanto que ver con salvar la eternidad como con salvar lo cotidiano.

A los demás nos pasa un poco como al bueno de Alvy Singer, el protagonista de Annie Hall que dejó de hacer los deberes al descubrir que el universo se expande y que todo era, por tanto, en vano. Y ninguna madre, ningún psicólogo ni ningún rabino podrían convencerle de lo contrario. Pero todos ellos tienen buenas razones para sospechar que para Alvy y los suyos la llegada apocalipsis es sólo una excusa para no hacer los deberes.  Y tienen buenas razones para preocuparse, porque bien sabemos que cuando desaparecen los deberes, cuando todo sentido antiguo del deber falla y ya nada nos consuela, surgen nuevos cultos, nuevos deberes e imposiciones. Como el culto al cuerpo, que no nos salva de la vejez pero sí parece dar a tantos un motivo para levantarse de la cama los fines de semana y ponerse literalmente en marcha. O como el ecologismo, que por muchas latas consiga hacernos reciclar no podrá evitar que el sol se apague; que no salvará el planeta, pero salvará nuestros días de la banalidad y la angustia existencial. Hay que hacer los deberes, porque el deber es la mejor manera que hemos encontrado los hombres de olvidar la imminencia del apocalipsis.

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