THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

¿Hay que regular el uso del tacón de aguja?

En el desfile de Chanel en París, un poco coqueto, un poco ramplón, con sus espejos y sus jarrones con calas, y sus modelos desfilando por la pasarela en traje chaqueta rosado, y su decadente público de desocupados, me consterna ver que las chicas siguen llevando, como en los tiempos de la antigüedad más oscuros y represivos, zapatos con tacones altos, so pretexto de que realzan su figura, la estilizan.

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En el desfile de Chanel en París, un poco coqueto, un poco ramplón, con sus espejos y sus jarrones con calas, y sus modelos desfilando por la pasarela en traje chaqueta rosado, y su decadente público de desocupados, me consterna ver que las chicas siguen llevando, como en los tiempos de la antigüedad más oscuros y represivos, zapatos con tacones altos, so pretexto de que realzan su figura, la estilizan.

Pervive la barbarie y el disparate cosificador de la mujer, que tanto la degrada al hacerla asumir la imagen desvalida, necesitada de ayuda, que está implícita en el erotismo masoquista del tacón de aguja, destructor del pie femenino.

Su uso -como el del también degradante burka- debería ser estrictamente regulado: prohibido y multado en horas hábiles de trabajo, por lo menos, y en toda clase de espacios públicos, hasta por lo menos las 23 horas. Después, que cada una haga lo que le apetezca. Que se droguen y emborrachen y se pongan tacones. Ancha es Castilla. 

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