THE OBJECTIVE
Hermann Tertsch

Hermano libre de tiranos

No sabemos en qué, no conocemos las claves de ello, pero todos asumimos y entendemos que Ramón Castro, el hermano mayor, era distinto. Los medios oficiales cubanos han anunciado ahora  la muerte a los 91 años del mayor de los Castro.

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Hermano libre de tiranos

No sabemos en qué, no conocemos las claves de ello, pero todos asumimos y entendemos que Ramón Castro, el hermano mayor, era distinto. Los medios oficiales cubanos han anunciado ahora  la muerte a los 91 años del mayor de los Castro.

Cuando sus dos hermanos se acercan ya a los noventa y siguen en el centro del gran tablero de juego de la geopolítica y la industria del poder. Con sus numerosos escenarios de combate del dinero, la ideología, la droga y el crimen. En Latinoamérica y todo el mundo. Se anuncia la muerte de un Castro y siempre se hace con cuidado. Porque hablar de Castro y la muerte es cuestión delicada.

No es la muerte de Ramón la que deseaba nadie. La tan esperada. Porque pocas muertes han sido tan añoradas como la del hermano Fidel en la ingenua expectativa de que muerto el perro principal acabaría la rabia. Y el perro mayor anunció que se retiraba hace ya ocho años pero le sustituyó el otro hermano, el otro de la pareja que durante ya casi sesenta años han mandado con mano de hierro y sin piedad ninguna sobre generaciones de cubanos que han ido muriendo sin conocer la libertad. Tanto han desafiado al sentido común y a la bondad y al tiempo y a la modernidad que los Castro parecen haber triunfado y cuando tienen ya un pie en la sepultura todo indica que nada interrumpirá antes de su final esa permanente arrogancia del tirano. Que no serán humillados como era de justicia. Que no verán un acto de justicia histórica como sufrieron Ceausescu, Honecker y tantos otros. Todo lo contrario, vemos como los poderosos del mundo, desde el presidente norteamericano y el Papa Francisco hasta los líderes europeos, desfilan por Cuba para rendir pleitesía a los dos ancianos asesinos hermanos de Ramón.

Ramón, nunca dijo por qué, era distinto. Luchó contra Batista con sus hermanos, pero él no cayó preso tras el frustrado asalto al cuartel de La Moncada en 1953. Él les mandaba a Fidel y Raúl cartas y puros a la cárcel. Donde los trataron infinitamente mejor de lo que jamás tratarían ellos después a los miles y miles de desgraciados cubanos que sufrirían prisión bajo el régimen criminal al que dotarían de esa longevidad de la familia, desafiante para todos, incluido para el sentido común. Nadie puede negarles a los Castro su genialidad aunque toda ella se volcara hacia las vertientes más sórdidas y mezquinas del ser humano.

Yo que nací con la Revolución Cubana y la he seguido con interés, con fascinación, con decepción, con horror y desprecio, he añorado y añoro el fin de la pesadilla que esa familia encarna. Pero ya consciente de que nunca habrá ni una mínima reparación. No se sabe si a Ramón les pasó como a tantos cubanos que creyeron al principio y dejaron de hacerlo. No sabemos qué juicio tenía del régimen canalla construido por sus hermanos. Sí sabemos que pronto se retiró a la finca de la familia, se dedicó a la ganadería y no frecuentaba los ambientes cínicos de juerga grosera, opulenta y depravada de sus dos hermanos y de toda la tropa de abusadores del poder que constituyen la cúpula del régimen desde hace medio siglo. En ese sentido fue un hombre libre. ¿Era mejor Ramón que los dos hermanos adictos al poder, al abuso y la adulación? Desde luego cierto es que se fue en la certeza de que es el hermano Castro que menos contribuyó al infierno.

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