THE OBJECTIVE
David Mejía

Hilaria Baldwin

«Señoras y señores ministros: ustedes que pueden, ¡naturalicen! No habrá mejor embajadora que Hilaria ¿acaso existe mayor elogio hacia un país que fingirse de él?»

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Hilaria Baldwin

Hace unos días, Hilaria Baldwin, influencer y mujer del actor Alec Baldwin, olvidó cómo se dice «pepino» en inglés y desde entonces su vida ha descarrilado. Fue en un programa de cocina al que asistía como invitada; Hilaria estaba nombrando ingredientes y se estancó cuando llegó al pepino. La presentadora de Telemundo, sabiendo que Hilaria es española, acudió presta al rescate, con la solidaridad con que se asiste a los hablantes no nativos que viven entre nosotros. Pues bien, a partir de este lapsus se ha descubierto que Hilaria no nació en Mallorca, sino en Massachusetts, y que hasta 2009 fue «Hillary».

Tanto en el perfil de su agencia de representación, como en numerosas entrevistas, Hilaria figuraba como nacida en Baleares. Además, anunciaba sus viajes a España como regresos a casa, y aseguraba que su familia tenía raíces allí. Hace un par de días tuvo que aclarar que hablaba de raíces en sentido figurado (¿?). El engaño lo destapó una mujer que, a través de su cuenta de Twitter, compartió vídeos que demostraban la inconsistencia del acento de Baldwin y documentos que hundían sus raíces en la Nueva Inglaterra. En consecuencia, los guerreros de la justicia social han exigido explicaciones por la artimaña y la descarada apropiación cultural.

Yo quería aprovechar el seguimiento globalmente masivo que tiene esta columna para defender a Hilaria (sí, Hilaria) de estas acusaciones y respaldar su derecho a sentirse y ejercer de española.

Resulta cómico que el foro donde más han denunciado su falta de autenticidad haya sido en Instagram, una red social cuya relación con la realidad no es precisamente la del neorrealismo italiano. En Hilaria se entrenzan dos mundos -Hollywood e Instagram- cuya esencia radica en enmascarar la verdad. Y no me refiero al arte del cine, sino al de la cirugía plástica. ¿Por qué aceptamos que uno se retoque los pómulos y no el lugar de nacimiento? Ya nos enseñó Bourdieu que la distinción exigía un importante capital no-económico. Si de aumentar la cotización social se trata, que cada uno emplee los filtros que desee.

Por otra parte, sorprende que colectivos que pregonan desde hace años que todo es un constructo social, o que uno debe decidir su identidad de género en función de sus sentimientos, pretenda volver a encerrar en el armario a una mujer cuyo único delito ha sido sentirse española y ejercer performativamente ese sentimiento. Yo estoy muy a favor de que cada cual decida de dónde es y, de igual modo que existen procesos de reasignación sexual, pongamos en marcha un proceso de reasignación nacional para que el sentimiento se materialice en una Carta de Naturaleza aparejada de derechos reales.

Así que insto al Consejo de Ministros de España, ahora que tras el caso Rhodes tiene fresco el trámite, a que conceda la nacionalidad española a Hilaria, una profesora de yoga con similares méritos artísticos que el pianista. Basta observar los nombres de los hijos de los Baldwin (Carmen, Eduardo, Rafael, Leonardo, Alejandro) para comprobar que Hilaria se toma en serio su sentida españolidad. Señoras y señores ministros: ustedes que pueden, ¡naturalicen! No habrá mejor embajadora que Hilaria ¿acaso existe mayor elogio hacia un país que fingirse de él?

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