Sin nada que decir
Sin una determinada imaginación dirigida hacia la excelencia y tamizada por la experiencia del pasado, es difícil que el hombre trascienda las limitaciones de su propio tiempo
En la voz del viejo Leonard Cohen se entrecruzan las imágenes bíblicas y la liturgia judía. Hablo de voz, y de no música, con toda intención. En Cohen, al igual que en todo poeta verdadero, lo esencial es la palabra: una palabra que se sostiene por sí misma, sin apoyos, desnuda sobre el papel y que, más tarde, una vez pronunciada, puede encarnarse, quizá, en una canción. La Biblia le concedió la palabra y un marco estricto, inseparable de la historia de la humanidad, con su estela de belleza, dignidad y esperanzas rotas. Esa materia sustenta la poesía de Leonard Cohen, en cuyos versos se pueden rastrear las huellas de Job y del Cantar de los cantares, de los salmos y de la literatura sapiencial, bajo las luces de neón de un mundo que ya no se reconoce en lo antiguo y que se reclama angustiosamente moderno.
Cohen cantó ese cielo nuevo y esa tierra nueva con la voz de una literatura inmemorial, cuyo significado se nos escapa. Es la condición del arte verdadero, que a nadie pertenece y que vuela libre por donde quiere. Escuchemos su último disco, You want it darker, en el que aletea una vez más el misterio bajo la premonición: “Hineni, hineni. I’m ready, my Lord”. Hineni–“Aquí estoy, aquí me tienes”–, que fue el sí de Abraham –dicho con temor y temblor- al sacrificio de su hijo Isaac impuesto por Dios; hineni, que en el imaginario judío consiste en rastrear las huellas de la luz en las circunstancias más difíciles; hineni, que en la hora de la muerte nos invita a testimoniar las ofrendas de la vida…
El activista hispano-argentino Gerardo Pisarello siguió estudios de Derecho en la Universidad Nacional de Tucumán, su ciudad natal. En 1995, no bien obtiene la licenciatura (...
Con todo, lo peor del sanchismo no es Sánchez, sino las bases búlgaras que por menguantes que sean nos mangonean el poco futuro que tenemos
Prontuario de cinco puntos para la batalla
"El ojo que todo lo ve, no vio —o vio, pero prefirió seguir grabando— un presumible edredoning no consentido"