THE OBJECTIVE
Miguel Aranguren

Historia de un abrazo

En Ecuador, un oso perezoso ha bajado de los árboles selváticos para abrazarse a uno de los puntales que sujetan el quitamiedos de la carretera. Ese es su gesto: vivir abrazado a un tronco o, en el mejor de los casos, a otro oso perezoso. Así que le habrá extrañado la temperatura del metal recalentado, su tacto muerto, la ausencia de rugosidades, su dimensión rectilínea. La necesidad de abrazarse a lo primero que encontró, sin embargo, le ha salvado de continuar una peligrosa excursión por el asfalto, que con toda seguridad hubiera acabado con un cuerpo peludo sellado con las marcas de una rueda, como muchos otros miembros de su especie que perdieron la vida en las carreteras que surcan la amazonia.

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Historia de un abrazo

En Ecuador, un oso perezoso ha bajado de los árboles selváticos para abrazarse a uno de los puntales que sujetan el quitamiedos de la carretera. Ese es su gesto: vivir abrazado a un tronco o, en el mejor de los casos, a otro oso perezoso. Así que le habrá extrañado la temperatura del metal recalentado, su tacto muerto, la ausencia de rugosidades, su dimensión rectilínea. La necesidad de abrazarse a lo primero que encontró, sin embargo, le ha salvado de continuar una peligrosa excursión por el asfalto, que con toda seguridad hubiera acabado con un cuerpo peludo sellado con las marcas de una rueda, como muchos otros miembros de su especie que perdieron la vida en las carreteras que surcan la amazonia.

Pero este no pretende ser un relato conmovedor del buenismo animal, ahora que tanta gente presenta a su mascota en Facebook como su sosías, su mejor amigo, su compañero del alma, su hermano, su otro yo. Celebro que el perezoso se haya salvado –la policía de carretera rompió su lento abrazo para internarlo en el bosque y dejarle colgado de la rama de un árbol, que es donde deben de estar los osos perezosos-, entre otras cosas porque me encanta este animal, que ajeno a la velocidad que atosiga a los humanos, vuelca toda su destreza en cada uno de sus despaciosos movimientos. Deberían nombrarle mascota del mind fullness o del Orfidal.

La buena estrella de este perezoso es la excusa para lanzar unas reflexiones acerca de la foto. De la foto del perezoso abrazado al quitamiedos, que mira desconcertado al agente de la policía que a punto está de devolverlo a la selva. Porque sin foto el perezoso de marras no existiría. O, al menos, no existiría en este nuestro mundo en el que todo, para ser cierto, para acaparar la atención del público, tiene que venir acompañado de una imagen destinada a las redes sociales, con voluntad de morir en el éxito de los “likes” y los “compartir”, fragor que apenas dura unos días y apenas deja recuerdo.

Los directores de los periódicos, en su desesperación, ya no repiten aquello de «tráeme un buen titular». Ahora piden, de rodillas, una buena foto con la que se pueda escribir un titular más o menos ocurrente. Así que, oso perezoso, estamos en deuda contigo.

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