THE OBJECTIVE
Víctor de la Serna

Historia en blanco, negro y alaridos

Aquel 9 de febrero de 1964 los tres hermanos mayores estábamos apostados, sin una palomita que echarnos el coleto porque en aquellos tiempos las chuches no eran aún una pandemia, ante el televisor.

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Historia en blanco, negro y alaridos

Aquel 9 de febrero de 1964 los tres hermanos mayores estábamos apostados, sin una palomita que echarnos el coleto porque en aquellos tiempos las chuches no eran aún una pandemia, ante el televisor.

Aquel 9 de febrero de 1964 los tres hermanos mayores estábamos apostados, sin una palomita que echarnos el coleto porque en aquellos tiempos las chuches no eran aún una pandemia, ante el televisor. Muy expectantes mis hermanas Isabel y Alicia, y yo; Carlos y Gonzalo, los pequeños, no tenían ningún interés por la música pop y jugaban en su cuarto antes de apagar la luz. El televisor, el único de la casa, estaba acompañado, en un mueble enorme, por una radio y un tocadiscos: lo más moderno del mercado, le habían asegurado a mi padre. Pero en blanco y negro, cosa que importaba poco porque sólo una cadena pionera, la NBC, emitía ya en color (¡y qué colorines aquellos primitivos por el sistema NTSC!). Además, lo sabíamos bien: el Ed Sullivan Show era en el canal 2, de la CBS, que se jactaba de su «lively black and white».

Como todos los adolescentes en Estados Unidos, aquella noche era para nosotros la de los Beatles, a los que desde noviembre llevábamos oyendo cada vez más frecuentemente en la radio –tres emisoras de ‘Top Twenty’ ¡en onda media! competían aún en Nueva York: WABC, WMCA y WINS- y de los que habíamos visto fotos. Pero verlos actuar, en directo y en vivaz blanco y negro, ya era el éxtasis. No era su pelo levemente largo (apenas más que unos flequillos por entonces) lo que a los chicos nos fascinaba: era que sonaban como nada que hubiésemos oído nunca. A un lado u otro del Atlántico: seis meses antes, todavía vivíamos en Europa.

Los vimos, pero de oírlos, casi nada: Sullivan dejó bien enchufados los micrófonos de ambiente y el afortunado público del plató –un 90 por ciento, quinceañeras que habían hecho una cola interminable- cubrió totalmente con sus alaridos agudísimos las voces de los de Liverpool. No importaba: nos sabíamos las letras de memoria. Y sabíamos que era una noche histórica. Tanto, que la recuerdo medio siglo más tarde.

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