THE OBJECTIVE
Lea Vélez

Imposible seguir leyendo

Hace poco, una partidaria de la independencia me daba un discurso lleno de candor, en el que afirmaba que la nueva Cataluña es un proyecto ilusionante y moderno, ¿No me gustaría una educación de calidad para mis hijos, donde personas como yo, que saben de creatividad, de pasión educativa, tengan voz para construir otra cosa diferente a esto que tenemos? Donde la cultura sea real, donde yo misma, que me dedico a hablar tanto de educación, sería bienvenida para asesorar con todos estos conocimientos que tengo sobre los niños de altas capacidades, por ejemplo. Por unos instantes pensé… qué bonito sería poder acabar con este monopolio de los libros de texto llenos de clichés y papanatería, de los profesores aburridos que sueltan su chapa sin enseñar a pensar porque nadie los enseñó a ellos, de la ciencia, la física, la química, la praxis, la matemática sin sumas aburridas para crear hombres felices y no ciudadanos. Qué bonito sería que el colegio no fuese la forma de fabricar conformismo o una criba de talentos que buscan salirse siempre de la caja. Qué bonito sería, si no fuera un oxímoron en las circunstancias catalanas y en el país educativo que se pretende fundar.

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Imposible seguir leyendo

Hace poco, una partidaria de la independencia me daba un discurso lleno de candor, en el que afirmaba que la nueva Cataluña es un proyecto ilusionante y moderno, ¿No me gustaría una educación de calidad para mis hijos, donde personas como yo, que saben de creatividad, de pasión educativa, tengan voz para construir otra cosa diferente a esto que tenemos? Donde la cultura sea real, donde yo misma, que me dedico a hablar tanto de educación, sería bienvenida para asesorar con todos estos conocimientos que tengo sobre los niños de altas capacidades, por ejemplo. Por unos instantes pensé… qué bonito sería poder acabar con este monopolio de los libros de texto llenos de clichés y papanatería, de los profesores aburridos que sueltan su chapa sin enseñar a pensar porque nadie los enseñó a ellos, de la ciencia, la física, la química, la praxis, la matemática sin sumas aburridas para crear hombres felices y no ciudadanos. Qué bonito sería que el colegio no fuese la forma de fabricar conformismo o una criba de talentos que buscan salirse siempre de la caja. Qué bonito sería, si no fuera un oxímoron en las circunstancias catalanas y en el país educativo que se pretende fundar.

Porque lo bonito del nacionalismo, es el inicio. Su parte buena, o supuestamente buena, es esa fraternidad de fuego de campamento donde se reparten abrazos y flores y se respeta la democracia y la opinión de todos en el ideal de un futuro mejor. El nacionalismo tiene esa etapa de enamoramiento de los novios que se perdonan los defectos, que no notan que caminas con el pie un poquito zambo. Al principio todo es aceptación. Pero luego viene lo que viene. Lo que ya está aquí. Te llaman coja. En todos los procesos sociales hay etapas, como en los noviazgos, los matrimonios y los divorcios de dos que acaban sin poderse ni ver.

Y lo que viene no es lo que uno quiere que venga o imagina que viene, sino lo que realmente viene. Lo que viene es enfrentarse a muchas decisiones que requieren ponerse de acuerdo en un clima de urgencia y supervivencia en el que sin el pacto con el de al lado, es imposible crecer. El futuro, ese proyecto lleno de ilusión, siempre se queda en futuro mientras el presente lucha por sacar la cabeza del agua, sin construir nada de lo prometido.

La realidad, como la del diligente ciudadano ahorrador, solo funciona en estabilidad y convivencia, que son las únicas formas de construir un poquito de futuro. La realidad nos pide dejar a un lado los planes del palacio en el aire y aceptar eso que no te gusta mucho, dar aquello que querías solo para ti, tragar con ciertas manías y, por supuesto, en ponerse de acuerdo en la educación de los niños. A esto le llamamos en democracia: el pacto social, en el que todos los representantes de la ciudadanía optan por la legalidad, la igualdad, la sensatez y un sistema basado en el respeto a la diversidad que de toda la vida se ha reflejado en una constitución que se vota en referéndum.

Esta mujer, poco después de tratar de convencerme de que su proyecto para un país pequeño les llevaría a una sociedad delicatessen de la cultura, de la horticultura, de la matemática, en la que florecería la ciencia y la modernidad y por la parte que me toca, en la que los niños de altas capacidades podrían convertirse en Einsteins sin que nadie les cortara las alas, esta misma persona inteligente y seguro que excelente catalana, comienza a leer un artículo de Guillermo Altares que yo había compartido en las redes. En él, el periodista daba un repaso a todos los grandes desastres nacionalistas de Europa, señalando en una frase que los nacionalismos son tóxicos. Mi interlocutora se ofendió ipso facto y dijo: “¡Imposible seguir leyendo. Imposible leer esto si nos va a ofender!, ¿pues no dice que los nacionalismos son tóxicos?” Me callé lo que pensé en ese momento, que no existen los nacionalismos buenos, como el colesterol. Enseguida me pregunté qué utopía educativa es esta que rechaza de forma visceral, asqueada y rotunda una opinión fundamentada, que hace un recorrido histórico por los nacionalismos y su desembocadura en algunas de las más cruentas guerras civiles de nuestra Europa reciente y les niega su componente pernicioso. Luego me dije (me digo más de lo que hablo): “Querido Galileo, imposible seguir leyendo si va usted a decir que la Tierra no es el centro del universo” “Querido Einstein, imposible seguir leyendo, si va usted a desafiar a los auténticos alemanes con estas teorías suyas de la relatividad, que contradicen lo que nuestros grandes científicos patriotas sostienen. No vamos a proponerle para el Nobel ni locos si nos va usted a ofender con teorías absurdas y no vaya a pensar ni por un momento que en nuestra opinión pesa que sea usted judío o apátrida.”

En ese “imposible seguir leyendo” se resume, exactamente, el proyecto educativo que nos espera si no hay un pacto de toda la sociedad. Una nueva constitución.

Volvamos a esa Arcadia sin pacto en la que una de cada dos personas no está de acuerdo con una de cada dos personas. Volvamos a ese colegio en el que uno de cada dos niños tiene padres que no están de acuerdo con uno de cada dos maestros. Volvamos a ver cómo se soluciona este desencuentro educativo, en el que nadie soporta seguir leyendo la nota que le pasa el de al lado. Volvamos a ese país y a la construcción de su moderna y creativa educación llena de Einsteins que se tienen que marchar de su país por no callar.

¿Dónde se invierte el dinero para ese progresismo creativo? ¿Qué proyectos de despotismo ilustrado se pondrán en marcha para educar a los equivocados en el sueño de los modernos y que la cosa pueda funcionar? ¿Qué modelo escolar de un país que busca legitimarse porque esa es la urgencia presente, se basa en la democracia, la libertad, la excelencia creativa, la rebelión del pensamiento unívoco? ¿Qué modelo es ese, que representa la única opción feliz? ¿Qué libertad de pensamiento en la infancia, en la juventud y en la universidad marca el gobierno de un país fracturado? ¿La de la diversidad, la multitud de puntos de vista, la discusión, el pensamiento discordante y la multiculturalidad?

Una educación moderna no nace dividida porque un estado moderno no necesita aleccionar. Un estado moderno no pretende que todos los ciudadanos sueñen lo mismo. Una educación moderna en ciencias, literatura, historia y literatura, no surge como las flores de ninguna sociedad obligatoria ni aunque fuera la dictadura de la felicidad.

Querido lector, si has llegado hasta aquí, yo te lo agradezco. Hoy me he pasado de palabras porque todas las palabras son pocas. Desgraciadamente, los que nos interesaría que comprendan y que razonen, gente inteligente y preparada con la que necesitamos entendernos, habrán pensado hace mucho tiempo… «lo siento. Imposible seguir leyendo».

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