THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

Inteligencia gris

Facebook está invirtiendo en convertir el océano de internet, por el que navega como un transatlántico, el nuevo entorno en el que hagamos todo. Desde conocer gente nueva hasta votar. Desde comprar hasta imbuirnos en mundos imaginarios. La empresa nos tiende una red, ¡social!, que nos otorga una identidad reforzada; una identidad cotilla, que lo dice todo de nosotros. Y nos quiere a todos atrapados en ella.

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Inteligencia gris

Reuters

Facebook está invirtiendo en convertir el océano de internet, por el que navega como un transatlántico, el nuevo entorno en el que hagamos todo. Desde conocer gente nueva hasta votar. Desde comprar hasta imbuirnos en mundos imaginarios. La empresa nos tiende una red, ¡social!, que nos otorga una identidad reforzada; una identidad cotilla, que lo dice todo de nosotros. Y nos quiere a todos atrapados en ella.

Es un mundo cubierto con una inteligencia gris, una recreación algo torpe de la nuestra. Una inteligencia que nos seduce con su servilismo carente de voluntad pero también se ve como una amenaza. Es normal. Nuestro desempeño físico es ridículo al lado del que pueden realizar las máquinas, pero nos queda el último recurso, que es el de la inteligencia. ¿Y si las máquinas lograsen también alcanzarnos, o superarnos en inteligencia?

Nos asustamos con este sinsentido como nos metemos en un tren absurdo que sube y baja y nos deja en el mismo sitio donde lo cogimos, para que el pavor nos dé una sacudida en esta vida anodina. Friedrich Hayek dijo, hace décadas, que la mente era incapaz de comprenderse a sí misma. Mucho menos, cabe pensar, de replicarse o de crear un pensador superior a cualquiera de nosotros.

Pero azuzamos el miedo a cualquier ocasión. Como la que nos ha dado Facebook. Puso a dos “bots” a negociar entre ellos cómo repartirse dos peras, una manzana y una naranja. Comenzaron a hablar entre sí, utilizando el inglés como se les había enseñado, pero en un momento empezaron a desvariar, dicho sea en su significado más prístino. Las noticias dicen que los (ro)bots habían creado su propio lenguaje, incomprensible para los humanos; un código propio que nos sugiere una voluntad de ocultamiento, un ánimo propio alejado del nuestro, autónomo, extraño, amenazante.

La realidad es mucho más prosaica. Dejémos que hablen los propios bots:

Bob: yo puedo yo yo todo lo demás.

Alice: las pelotas tienen cero para mí para mí para mí para mí para mí para mí para mí para.

Bob: tú yo todo lo demás.

Alice: las pelotas tienen un balón para mí para mí para mí para mí para mí para mí para mí.

No, no es el comienzo del holocausto bot. Parece más bien la letra del próximo ‘hit’ del verano. Luis Fonsi y Farina disolviendo la cultura occidental en un nuevo reggaeton. Para que las iteraciones con sintaxis de la LOGSE den el paso a crear un lenguaje nuevo quedan unos cuantos eones.

Y aún queda la cuestión esencial. Una cuestión es que dotemos a las máquinas de la capacidad de responder adecuadamente a nuestros deseos, lo que llamamos pomposamente inteligencia artificial, y otra es que seamos capaces de crear una conciencia. Desde Bertrand Russell, si no desde antes, hay quien ha asegurado que la inteligencia, la inteligencia completa y auto consciente que también llamamos alma, no es más que una disposición de la materia. Una idea tan falsa que sólo la ciencia se ha atrevido a proclamarla, y sin prueba alguna. Hay un salto entre nuestros juegos con la materia y nuestra inteligencia que quizás sólo lo pueda dar Dios.

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