THE OBJECTIVE
Ignacio Peyró

Isabel II y “el negocio de la felicidad”

William Bagehot afirmó que la corona “endulza la política con la justa adición de acontecimientos hermosos”, y quizá por eso mismo los 90 años de la Reina –o la oscilación nalgar de Pippa Middleton- suelen llevarse más portadas que un cambio en la ley de pesquerías. Codificador de lo que todavía llamamos monarquía parlamentaria, Bagehot –quizá el más eminente de los victorianos eminentes- sabía que la corona puede mantenerse “escondida como un misterio” o bien “pasearse como en un desfile”. En el augusto aniversario de Isabel II, está claro que toca menos misterio que desfile.

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Isabel II y “el negocio de la felicidad”

William Bagehot afirmó que la corona “endulza la política con la justa adición de acontecimientos hermosos”, y quizá por eso mismo los 90 años de la Reina –o la oscilación nalgar de Pippa Middleton- suelen llevarse más portadas que un cambio en la ley de pesquerías. Codificador de lo que todavía llamamos monarquía parlamentaria, Bagehot –quizá el más eminente de los victorianos eminentes- sabía que la corona puede mantenerse “escondida como un misterio” o bien “pasearse como en un desfile”. En el augusto aniversario de Isabel II, está claro que toca menos misterio que desfile.

En la distancia de los siglos, ese Bagehot redivivo que es Bogdanor afirma que hoy asistimos a una “erosión continuada de la monarquía mágica por los aspectos más prácticos”. La corona, sin embargo, aún parece a la busca de «endulzar la política con la justa adición de acontecimientos hermosos». Un ‘royal’ más cínico lo ha llamado «el negocio de la felicidad», pero -cinismos aparte- ahí está la misma intuición que ya había tenido Disraeli: bajo el gobierno del pueblo, la importancia de un rey o de una reina bien podía ser mayor y no menor.

No hace falta más que asomarse a internet para comprobarlo: en efecto, sigue habiendo personas “a las que siempre preocupará más un matrimonio que un ministerio”. Donde se dice matrimonio, bien podemos leer cumpleaños, porque de lo que se trata es de la monarquía como institución “capaz de llevar el orgullo de la soberanía al nivel de la vida diaria”. Al explicar el apego del pueblo británico a sus reyes, G. M. Young citará un rasgo “que se suele escapar a los estudiosos de la filosofía política”: precisamente, “el afecto”. Quizá por eso tantos británicos han vivido el aniversario de Isabel II como el cumpleaños de una abuela.

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