THE OBJECTIVE
Roberto Herrscher

La mirada del policía, la mirada del cachorro

Esta foto no tiene nada que ver con las típicas fotos policiales, las que nos vienen a la cabeza cuando escuchamos el concepto de “foto policial”. Pero no es tampoco periodística. Es, a su manera, un género híbrido y extraño, entre la mirada desde adentro del cuerpo policial y la visión del observador ajeno

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Esta foto no tiene nada que ver con las típicas fotos policiales, las que nos vienen a la cabeza cuando escuchamos el concepto de “foto policial”. Pero no es tampoco periodística. Es, a su manera, un género híbrido y extraño, entre la mirada desde adentro del cuerpo policial y la visión del observador ajeno

Es lo que pensamos casi todos: la típica foto policial es al arte de la fotografía lo que la música militar es al arte de la música. Quiero decir: lo contrario de la búsqueda de la belleza, lo contrario de una verdad oculta en los paisajes y las miradas, lo contrario de una comprensión de nosotros mismos a través de la mirada. 

La foto policial suele ser un documento del miedo. La cara de temor o desafío del detenido, el horror congelado en la imagen del escenario de un crimen, la prueba del delito, el flash cegador del momento en que nos pillaron. Ante la cámara de un policía, los que pueden se tapan la cara con su propio abrigo. Del disparo del fotógrafo policial no solemos esperar nada bueno. 

Para nosotros los periodistas, la policía sí que es un personaje importante en las fotos. Pero su papel no es el del fotógrafo, sino el del fotografiado: en los premios al mejor fotoperiodismo, los policías suelen ocupar el lugar del villano. Todos hemos visto esas fotos de denuncia: las caras pétreas, las muecas desencajadas, las armaduras medievales, las porras castigadoras, las botas relucientes de los policías. 

Por eso me llamó la atención, me causó a la vez extrañeza y gracia, este concurso fotográfico. “Europol anuncia el Premio Internacional de Fotografía Policial”, anuncia el pie de esta foto. 

El policía/fotógrafo ganador se llama Javier Montero y pertenece a la Guardia Civil española.  

La foto es realmente llamativa: un Guardia Civil, de espaldas, camina decidido con un perrito en brazos. El hombre, aunque no muestre la cara, se define con claridad en su corte marcial de pelo, en sus músculos bien definidos y en su brazo, que a la vez marca el paso y sostiene la mascota. 

Pero la clave de la foto está en la mirada del perrito: al mirar a la cámara, nos mira a nosotros con mirada de policía. Sabemos, aunque no nos lo digan, que ya ha comenzado su adiestramiento, y que ésta está siendo un éxito. Es indudablemente un cachorro vigilante. 

Sus grandes orejas paradas, en actitud de alerta, nos llevan a notar las orejas despejadas del policía que lo sostiene. Yo al menos siento que los dos nos escuchan al unísono. Pero como el policía nos da la espalda, es el perro quien nos mira con los ojos de su entrenador.

El entrenador ha delegado la vigilancia en su cachorro. La foto transmite una armonía y una paz que tranquiliza y amenaza a la vez. 

No sé si Javier Montero pudiera tener futuro como fotoperiodista. Pero entiendo perfectamente por qué le dieron el premio. 

Esta foto no tiene nada que ver con las típicas fotos policiales, las que nos vienen a la cabeza cuando escuchamos el concepto de “foto policial”. Pero no es tampoco periodística. Es, a su manera, un género híbrido y extraño, entre la mirada desde adentro del cuerpo policial y la visión del observador ajeno. 

¿Un fotógrafo infiltrado? No estoy seguro. 

De lo que no tengo dudas es del perro: un personaje fascinante y aterrador.  

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