THE OBJECTIVE
Ignacio Peyró

La pasión que no pasa

El activismo amoroso de los franceses se ve multiplicado por el efecto viagra del Elíseo. El lugar es céntrico y la bodega acompaña.

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La pasión que no pasa

El activismo amoroso de los franceses se ve multiplicado por el efecto viagra del Elíseo. El lugar es céntrico y la bodega acompaña.

El activismo amoroso de los franceses se ve multiplicado por el efecto viagra del Elíseo. El lugar es céntrico y la bodega acompaña. La erótica del poder solía bastar pero las galerías del palacio recuerdan la doble o triple vida de Mitterrand, presidente de día y galán de noche, con una familia asimilable a un serrallo.

Por esos mismos corredores también se paseó Gaston Palewski, muy para el sobresalto de las mecanógrafas. Fue el político más rijoso del siglo y en su embajada romana le llamarían directamente “monsieur l’embrassadeur”. Su noción de la fidelidad era flexible, como bien supo una Mitford languideciente a perpetuidad de sus amores.

Un caso de nota fue el del presidente Faure, muerto por un “trop” de pasión en el salón azul, afectado por un vigorizante de la época “tras haber sacrificado mucho a Venus”. Lo suyo eran las coristas y murió en brazos de una. El sacerdote que le asistió en el último tránsito preguntó a un criado si Faure todavía tenía “sa connaissance”. El criado le dijo que la habían hecho salir por la puerta de atrás.

Más cerca, Sarkozy demostró que el amor a los cincuenta tiene el mismo voltaje que a los veinte. Es lo que los franceses llaman el “retour de l’âge”, aunque quizá ni haga falta con las formas de guitarra de la Bruni. Hollande y Royal riñeron al quedar a las puertas del Elíseo, pero Hollande tardó poco en dejarse ver en actitud muy comunicativa con Trierweiler. Ya presidente, ella cosía y descosía sus penas en palacio mientras él avanzaba por el Faubourg con ese aplomo feliz de quien va o viene de pecar.

Según “Lust in translation”, un estudio de las infidelidades por países, es en Francia donde se practican hasta edad más tardía. Al Hollande ya maduro le esperaba la divina Gayet en su “garçonnière” como una Hera de níveos brazos, con ese chic tan suelto de las francesas progres. Ahora lo que le espera es la Royal en la mesa del Consejo de Ministros. Quién sabe si tendremos ahí una “Gran Coalición”. De momento, lo que tenemos es la prueba de que todos los abrazos aflojan, menos el que da Leviatán. Es el poder como una pasión que no se pasa.

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