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Ricardo Dudda

La política como fenómeno estético

«Para Iglesias, y para muchos políticos contemporáneos, la política es solo poder, y cuando es algo más, es solo un fenómeno estético»

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La política como fenómeno estético

Mariscal | EFE

La rendición de cuentas no existe. O parece que no existe. A veces, incluso, el que la caga no solo pierde su trabajo sino que obtiene una recompensa. En circunstancias normales (o en la teoría, o en un clima político más sano), el ministro que gestionó una pandemia en la que fallecieron 100.000 personas sufriría una crisis de reputación. No se le podría culpar de todo pero inevitablemente se le culparía de mucho: Salvador Illa fue, junto a Fernando Simón, el responsable político al que habría que fiscalizar. Una auditoría sobre lo que se hizo bien o no durante la pandemia debería tener como responsable último al ministro de sanidad. Sin embargo, cuando la pandemia todavía no había terminado y en mitad de un proceso lentísimo de vacunación, el ministro dimitió no porque estuviera quemado, sino para hacer campaña en Cataluña; y en la campaña apenas se habló de la pandemia.

Una sensación parecida produce ver cómo las elecciones en Madrid se plantean entre dos abstracciones y fantasías ideológicas: comunismo vs libertad, o antifascismo vs anticomunismo. La responsabilidad sobre miles de muertes o la estrategia de vacunación no están en el debate público. En mitad de una pandemia[contexto id=»460724″], el ministro de derechos sociales y vicepresidente, Pablo Iglesias, ha dimitido tras un año en el cargo; la mayor parte de él durante una pandemia en la que han muerto casi 30.000 ancianos en residencias, un área que corresponde a su ministerio (las competencias en residencias de ancianos están transferidas a las comunidades, pero durante meses de Estado de alarma y mando único el principal responsable fue el gobierno central). Y lo ha hecho no para asumir su responsabilidad durante su gestión sino para presentarse a unas elecciones en Madrid.

Iglesias ha admitido que «estar en el gobierno no es estar en el poder». Lleva años dando a entender que la gestión no le interesa. Su visión de la política tiene que ver más con la captura de espacios, la batalla cultural, la lucha por la hegemonía que con la gestión desde un despacho en una institución pública. Ha sido siempre transparente con esto: preferiría controlar el CNI o la televisión pública que un ministerio.

Ante la posibilidad de volver a la arena política, ha abandonado su puesto institucional. Y lo ha hecho como un cesante o funcionario más, dando a entender que desde ahí no podía hacer mucho. Es decir, como si su paso por el gobierno durante una pandemia hubiera sido, en el mejor de los casos, algo aburrido, sin la épica de las batallas ficticias contra el mal. Lo que le ha convencido para dejar su puesto no ha sido la pandemia, no ha sido la impotencia de no poder hacer más por las miles de personas que morían cada día, y tampoco ha dimitido para retirarse de la política. Lo que le ha motivado ha sido una fantasía adolescente del fascismo llegando a Madrid.

En un tuit de hace unos meses, la cuenta de Twitter Existential Comics criticaba a los utópicos que prefieren sus fantasías a los cambios reales: «Preferir un socialismo que solo existe en la imaginación a un socialismo que puede existir en la realidad no te hace ser más de ‘izquierdas’ ni te convierte en alguien moralmente superior. Te convierte en un puto hipster que ve la política simplemente como algo estético». Para Iglesias, y para muchos políticos contemporáneos, la política es solo poder, y cuando es algo más, es solo un fenómeno estético. El servicio público es algo de idealistas e ingenuos, o solo existe en los libros de texto de Ciencia Política.

La realidad y la política transitan caminos diferentes. Por un lado está una realidad compleja, a veces horrible y trágica como durante la pandemia. Y por otro está una política inmune a ella, llena de fuegos artificiales y debates irreales y abstractos, repleta de arribistas a los que solo les preocupa caer de pie o salir en la foto. Ni siquiera una crisis como la pandemia, que ha traído la modernidad a la posmodernidad, ha cambiado esta concepción de la política. Es posible que incluso la haya radicalizado.

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