THE OBJECTIVE
Fernando Navarro

La primavera llegó en otoño

En enero de 1968, con la llegada al poder de Alexander Dubček, se inició una modesta liberalización dentro del régimen comunista checo. La primavera de Praga fue abruptamente interrumpida por la llegada de tanques del Pacto de Varsovia, y a partir de ese momento comenzó la llamada “normalización”, un proceso de restauración de la vida conforme a la ortodoxia soviética.

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La primavera llegó en otoño

En enero de 1968, con la llegada al poder de Alexander Dubček, se inició una modesta liberalización dentro del régimen comunista checo. La primavera de Praga fue abruptamente interrumpida por la llegada de tanques del Pacto de Varsovia, y a partir de ese momento comenzó la llamada “normalización”, un proceso de restauración de la vida conforme a la ortodoxia soviética.

De lo que se trataba era de construir un escenario absoluto. Una imagen ideal que sustituyera la realidad, en la que los ciudadanos eran rebajados a meros figurantes

La imagen de los tanques frente a los ciudadanos es poderosa; es mucho más complicado describir el intrincado decorado ideológico que la “normalización” venía a restablecer. Un ejemplo: imaginemos un frutero praguense al que se le imponía colocar en el escaparate el cartel “Proletarios del mundo, uníos”. Obviamente el régimen no pretendía que los clientes creyesen que el frutero había sufrido un arrebato de conciencia de clase. De lo que se trataba era de construir un escenario absoluto. Una imagen ideal que sustituyera la realidad, en la que los ciudadanos eran rebajados a meros figurantes. Desde luego aunque la realidad era suplantada por un decorado, éste tenía efectos reales: si el frutero se negaba a poner el atrezzo indicado se enfrentaba a consecuencias desagradables.

«Este panorama, por supuesto, también tiene un significado subliminal: recuerda a las personas dónde viven y qué se espera de ellos. Les dice lo que hacen los demás, y les indica lo que deben hacer también si no quieren ser excluidos, caer en el aislamiento, alienarse de la sociedad, romper las reglas del juego y arriesgarse a pérdida de su paz y tranquilidad y seguridad (…) Si el frutero hubiera recibido instrucciones de mostrar el eslogan: «Tengo miedo y, por lo tanto, soy indiscutiblemente obediente», no sería tan indiferente a su semántica, aunque la afirmación reflejaría la verdad. El verdulero se sentiría avergonzado de poner una declaración tan inequívoca de su propia degradación en el escaparate, lo cual es natural porque es un ser humano y, por lo tanto, tiene un sentido de su propia dignidad. Para superar esta complicación, su expresión de lealtad debe tomar la forma de una señal que, al menos en su superficie textual, indica un nivel de convicción desinteresada».

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Vaclav Havel y Alexander Dubcek, en 1989. | Foto: Dusan Franc | AP

Por eso la escenografía se construye a partir de pequeñas, e innumerables, claudicaciones. En este proceso son decisivos no sólo el miedo, sino también el mimetismo y la conformidad social. Pero siempre hay algunos, inicialmente pocos, que se resisten a sustituir la verdad por el atrezzo. De repente un frutero se niega a poner su cartel. Un pequeño acto, pero el sistema comprende que es muy dañino: si los figurantes comienzan a resistirse a vivir en la mentira puede acabar resquebrajándose todo el decorado.

Siempre hay algunos, inicialmente pocos, que se resisten a sustituir la verdad por el atrezzo

«Con frecuencia se olvida que (la Primavera de Praga) fue simplemente el acto final y la consecuencia inevitable de un largo drama originalmente protagonizado principalmente en el teatro del espíritu y la conciencia de la sociedad (…) En algún lugar al comienzo de este drama, había individuos que estaban dispuestos a vivir dentro de la verdad, incluso cuando las cosas estaban en su peor momento. Estas personas no tenían acceso al poder real ni aspiraban a él. La esfera en la que vivían la verdad no era necesariamente ni siquiera la del pensamiento político. Podrían haber sido igualmente poetas, pintores, músicos o simplemente ciudadanos comunes que pudieron mantener su dignidad humana».

Los que optaban por su dignidad sabían que tendrían que pagar un precio. Y ni siquiera les quedaba el consuelo de que su heroísmo pudiera ser reconocido: en el improbable caso de que la gente se enterara, era muy probable que, abotargada, ni siquiera lo entendiese. En realidad, lo más probable es que la acobardada mayoría se alzase contra el disidente señalándolo como los Ultracuerpos:

«Perseguirán al verdulero porque se espera de ellos, o para demostrar su lealtad, o simplemente como parte del panorama general. Los ejecutores, por lo tanto, se comportan esencialmente como todos los demás, en mayor o menor grado: como componentes del sistema post-totalitario, como agentes de su automatismo, como pequeños instrumentos de la autotalidad social».

Era necesario alcanzar una masa crítica para romper la espiral de silencio. A veces estos procesos se aceleran por acontecimientos pintorescos o inesperados. En 1976 fueron detenidos los integrantes del grupo de rock La Gente Plástica del Universo. En enero de 1977 un grupo de doscientos cuarenta y dos intelectuales checos firmaron la Carta 77 reclamando al gobierno checo el respeto efectivo de derechos humanos internacionalmente aceptados. Aunque los Ultracuerpos oficiales y no oficiales reaccionaron inmediatamente contra la Carta 77 –la prensa oficial se lanzó contra los firmantes, se produjeron despidos y detenciones- la llama que acabará volatilizando la escenografía estaba encendida. La historia se cierra en 1989 con La revolución de terciopelo; y en 1999 cuando el presidente checo es recibido en la Casa Blanca por Lou Reed y el cantante de la Gente Plástica del Universo.

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Los tanques soviéticos dejaron una gran huella en la memoria del país. | Foto: AP

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Entre los primeros firmantes de la Carta 77 estaba Vaclav Havel, que en 1979 escribiría El poder de los sin poder. Pretendía explicar cómo funciona un “sistema post-totalitario”, para lo que el concepto tradicional de dictadura resultaba claramente insuficiente. Lo que Havel había visto era algo mucho más sutil: una compleja maraña no visible de presiones y coacciones ejercidas desde el poder, y asumidas e interiorizadas por gran parte de la sociedad con el simultáneo abandono de la libertad.

«El sistema post-totalitario, después de todo, no es la manifestación de una línea política particular seguida por un gobierno en particular. Es algo radicalmente diferente: es una violación compleja, profunda y de largo plazo de la sociedad, o más bien la auto-violación de la sociedad».

En la opresiva farsa del nacionalismo catalán están hasta los sufridos tenderos obligados a rotular, y el ominoso término “normalización”

El análisis de Havel tiene un valor incalculable en nuestra época de golpes posmodernos y conceptos líquidos. Es el enfoque adecuado para entender el nacionalismo catalán, su ideología narcótica y la supeditación de los ciudadanos a una gigantesca escenografía, cuyo decorado principal, en la que los individuos son disueltos, representa “Un sol poble” y «una única lengua”. Escenografía que se construye, como Havel explicó, con toda la telaraña de presiones y coacciones, palos y zanahorias, que hacen que la claudicación silenciosa sea el camino más sencillo. Por estar, en la opresiva farsa del nacionalismo catalán están hasta los sufridos tenderos obligados a rotular, y el ominoso término “normalización”.

Es desde esta perspectiva desde donde se ve la importancia del 8 de octubre de 2017, en que el atrezzo nacionalista quedó volatilizado por una masiva marcha ciudadana. Porque, finalmente, es decisivo entender que para combatir las dictaduras soft es imprescindible el valor y la responsabilidad de los ciudadanos.

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Un grupo de manifestantes pide la unidad de España en Barcelona. | Foto: Francisco Seco | AP

«En su conferencia de Harvard de junio de 1978, Solzhenitsyn describe la naturaleza ilusoria de las libertades no basadas en la responsabilidad personal y la incapacidad crónica de las democracias tradicionales, como resultado, de oponerse a la violencia y al totalitarismo».

Lo más importante de la visión de Havel es que centra la tarea en la dignidad y la responsabilidad de las personas. Afortunadamente tal vez Spengler se equivocaba: al final, los que salvan la civilización son un puñado de ciudadanos.

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