THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

La prosa de ETA

Tiene escrito en algún sitio Sánchez Ferlosio que decir que el tiempo todo lo cura es aceptar que el tiempo todo lo traiciona. Uno de los narradores de Graham Greene lo expresa así: por más que usemos superlativos o nos demos golpes en el pecho, nadie muere por amor y eso nos convierte en comediantes. O sea, en usufructuarios de ideas y sentimientos que cambiamos por otros cuando toca. Sin embargo, de ETA no puede decirse semejante cosa: siguen siendo lo que fueron. La diferencia es que hace tiempo que ya no pueden hacer lo que solían.

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La prosa de ETA

Tiene escrito en algún sitio Sánchez Ferlosio que decir que el tiempo todo lo cura es aceptar que el tiempo todo lo traiciona. Uno de los narradores de Graham Greene lo expresa así: por más que usemos superlativos o nos demos golpes en el pecho, nadie muere por amor y eso nos convierte en comediantes. O sea, en usufructuarios de ideas y sentimientos que cambiamos por otros cuando toca. Sin embargo, de ETA no puede decirse semejante cosa: siguen siendo lo que fueron. La diferencia es que hace tiempo que ya no pueden hacer lo que solían.

Su comunicado del pasado viernes, preanuncio de su disolución, es la mejor demostración de que aún no se ha producido una evolución moral significativa en el interior del mundo abertzale. Al menos, la prosa de la banda no deja verlo. Es verdad que ETA reconoce su «responsabilidad directa» en el daño causado: probar lo contrario no sería fácil. Pero una lectura atenta del comunicado sugiere que su finalidad es más bien justificar el sufrimiento causado como una desgraciada consecuencia del famoso «conflicto» en su versión extendida: desde el bombardeo de Gernika en adelante. Por momentos, de hecho, el sufrimiento de las víctimas de ETA se confunde con el de ese «pueblo vasco» que la banda habría luchado por redimir: «el sufrimiento imperaba antes de que naciera ETA, y ha continuado después de que ETA haya abandonado la lucha armada».

No habría así diferencias entre el régimen franquista y la democracia, que serían parte de la misma opresión españolista. Se agradece la franqueza: para una utopía redentorista, el único marco político legítimo es el impuesto por sus ideólogos. Por eso dice el comunicado que «hace ya mucho que este conflicto político e histórico debía contar con una solución democrática justa». Porque no la ha tenido, ha existido ETA. Y si algo dice lamentar son unas víctimas colaterales a las que muestra «respeto» con mesura. A saber: «en la medida que han resultado damnificados por el conflicto». Esa cautela de los que no creen haber hecho nada malo: perdóname si te he ofendido. Y de paso, el comunicado añade una exigencia propia: «todos deberían reconocer, con respeto, el sufrimiento padecido por los demás». Sin distingos morales: el sufrimiento abstracto del «pueblo vasco» está en el mismo plano que de las víctimas y sus familiares.

Si hacía falta un colofón a tan ambigua «petición de perdón», lo encontramos al final del antepenúltimo párrafo, donde se dice que «ojalá nada de eso hubiese ocurrido, ojalá la libertad y la paz hubiesen echado raíces en Euskal Herria hace mucho tiempo». Se trata de un empleo incorrecto de la interjección «ojalá», que en rigor se refiere al futuro y no al pasado. Pero lo que resulta más revelador es el escamoteo de la primera persona del plural, desplazada aquí por un modo subjuntivo que expulsa de la redacción a todos los agentes: la primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Pasa igual que con la partícula «se» cuando es usada en modo pasivo o impersonal, como en el segundo párrafo: «en estas décadas se ha padecido mucho en nuestro pueblo». Como dice Gómez Torrego en su Gramática, la partícula no es aquí reflexiva ni desempeña función nominal, sino que es una mera partícula «encubridora de actor». Justamente.

Nada más desaconsejable, en fin, que deducir de la lectura de este peculiar comunicado que algo parecido a «la sociedad» ha derrotado a ETA. Porque lo cierto es que sin «sociedad» ETA no habría existido: sin las complicidades, los votos, los silencios. Es una verdad desagradable y quizá no tengamos deseo de afrontarla, otorgando así ventaja a quienes ahora desean imponer una lectura interesada de la «reconciliación». Porque el tiempo, sí, todo lo traiciona.

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