THE OBJECTIVE
Carlos D. Lacaci

La raíz del problema

La historia se repite, mientras que unos tiranos siguen empeñados en someter una y otra vez a sus semejantes, las sociedades se paralizan, enmudecen y esperan a que los errores y horrores cometidos por aquéllos se disipen con el paso del tiempo sin causar daños “colaterales”.

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La raíz del problema

La historia se repite, mientras que unos tiranos siguen empeñados en someter una y otra vez a sus semejantes, las sociedades se paralizan, enmudecen y esperan a que los errores y horrores cometidos por aquéllos se disipen con el paso del tiempo sin causar daños “colaterales”.

Cuando se alimenta al monstruo, cuando se mira para otro lado durante demasiado tiempo, en la mayoría de las ocasiones sucede que es muy complicado neutralizarlo. 

La historia se repite, mientras que unos tiranos siguen empeñados en someter una y otra vez a sus semejantes, las sociedades se paralizan, enmudecen y esperan a que los errores y horrores cometidos por aquéllos se disipen con el paso del tiempo sin causar daños “colaterales”.

Tal cosa nunca sucede. 

Los fundamentalistas y dictadores no suelen conceder esos privilegios a las personas y a las sociedades a las que someten bajo su esquizofrenia y en la paradójica creencia de salvadores para la humanidad. 

Ya está aquí de nuevo, vemos más cerca la cara del monstruo. Muchos se preguntan: ¿quién es el monstruo?, ¿qué es lo que reclama?, ¿cómo eliminarlo?

La vieja Europa se reúne ahora en un cónclave de urgencia para buscar nuevas soluciones a problemas demasiado conocidos de nuestra historia. En otros continentes, aún peor, siguen mirando para otro lado, siguen poniéndose de perfil.

En esta ocasión la cara del monstruo ha llegado en forma de niños ahogados en el mar, de trenes abarrotados de familias enteras en busca del Estado de Derecho que quiera y pueda ofrecerles asilo.

Y, sin embargo, aunque desde Europa se quiera cumplir escrupulosamente con lo ordenado en la propia Convención del Refugiado para acoger a todas estas personas, ofreciéndoles la condición de asilados por razones humanitarias, el problema no cesará. Para ello, no queda más remedio que ir a la raíz del mismo.

Mientras ocurrieron los primeros levantamientos durante la llamada Primavera Árabe, muchos pensaban que sería la panacea para atajar males como el desempleo elevado, la corrupción o la represión política de parte de los presidentes y gobiernos de aquellos Estados. Sin embargo,   con el tiempo, aquellas revueltas, sólo trajeron a nuevos dictadores, a nuevos fundamentalistas que no han cesado de someter a sus pueblos.

La gran mayoría de los cientos de miles de refugiados que abandonaron Siria o Afganistán, lo hicieron para escapar de las guerras internas de sus países. 

Pero el monstruo sigue allí. 

En Afganistán, por ejemplo, las mujeres deben taparse la cara para poder ver a un hombre que no sea su marido ni su hijo. No pueden salir solas de casa. El castigo por mostrar los tobillos, asomarse al balcón de su casa o viajar en taxi sin su dueño es el azote público; Tienen prohibido estudiar, usar maquillaje, pintarse las uñas, reírse en voz alta, vestirse con colores…

Durante el pasado siglo, en Alemania se dejó crecer al monstruo de Adolf Hitler. En la antigua Rusia, a Stalin. El resultado: Decenas de millones de muertos por todo el mundo…

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