THE OBJECTIVE
Andrea Mármol

La re-vuelta

Que el cartel que anunciaba el regreso de Pablo Iglesias a la primera línea de la política no sólo no fue un error de alguien ajeno a la cúpula de Podemos sino que además estaba perfectamente calculado y pensado es una evidencia prácticamente para cualquiera. Ese ‘vuelve’ en mayúsculas acompañado de un plano trasero del líder arropado por las masas tiene toda la intención de retratar el momento como algo ansiado no sólo por los acérrimos sino por el propio Iglesias, y desliza además la idea de que su retiro ha sido algo forzado y casi forzoso, como si hubiera sido destinado a una misión especial aceptada de mala gana. Las odas a los permisos de paternidad pierden toda credibilidad cuando se presentan como un lastre en la carrera política del macho alfa. De hecho, el propio Iglesias aseguró en la tribuna del Congreso ser favorable a esa medida de conciliación con la siguiente prevención: “quiero que haya una ley que me obligue a hacerlo [a cogerse el permiso]”. Vamos, como si se tratara del servicio militar.

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La re-vuelta

Que el cartel que anunciaba el regreso de Pablo Iglesias a la primera línea de la política no solo no fue un error de alguien ajeno a la cúpula de Podemos sino que además estaba perfectamente calculado y pensado es una evidencia prácticamente para cualquiera. Ese ‘vuelve’ en mayúsculas acompañado de un plano trasero del líder arropado por las masas tiene toda la intención de retratar el momento como algo ansiado no solo por los acérrimos sino por el propio Iglesias y desliza además la idea de que su retiro ha sido algo forzado y casi forzoso, como si hubiera sido destinado a una misión especial aceptada de mala gana. Las odas a los permisos de paternidad pierden toda credibilidad cuando se presentan como un lastre en la carrera política del macho alfa. De hecho, el propio Iglesias aseguró en la tribuna del Congreso ser favorable a esa medida de conciliación con la siguiente prevención: “Quiero que haya una ley que me obligue a hacerlo [a cogerse el permiso]”. Vamos, como si se tratara del servicio militar.

Pero más allá del feminismo de apariencia que ya nadie cree -ha hecho mucho Podemos por demostrar que no es más que una consigna-, el regreso de Iglesias no generó las expectativas que pretendía el cartel por dos motivos más: la menguante fuerza de los morados en las encuestas que se arrastra desde el otoño catalán y, sobre todo, porque, de algún modo, Iglesias no ha dejado nunca de volver.

Volvió con aires de remontada tras la memorable rueda de prensa en la que tuvo a bien exigir los telediarios, el CNI o la Vicepresidencia -todo lo social, vamos- para investir a Pedro Sánchez con los escaños que le otorgaron los electores en 2015. Volvió con hambre de cobrarse cabezas tras el fracaso del pretendido sorpasso de 2016. Volvió triunfante -y con chalé adquirido- tras la purga a los afines de Íñigo Errejón que les tuvo meses entretenidos con absurdos personalísimos que quisieron vestir de políticos. Y volvió -lo de Galapagar le costó más caro- con antifaz de hombre sensato, para apoyar la moción de censura de Pedro Sánchez que les ha llevado poco a poco a la irrelevancia. Las ansias de poder desmesurado, la disputa de egos interna y la demostración de que en privado elige lo contrario a lo que predica han precipitado el envejecimiento del proyecto de Podemos. Por eso de este último regreso había poco que esperar y sobre todo, tenía Iglesias pocos elementos para aderezar lo que llamamos ‘relato’.

Optó, a la vista está, por un recurso que funciona bien en cualquier guion cinematográfico: la vuelta a las esencias: la maldad presupuesta a “la banca”, las críticas iracundas a los medios de comunicación -que son sino objeciones a la libertad de prensa y un aviso a navegantes de lo que es capaz de hacer si algún día toma las riendas del país-, y la atribución de un pecado original a la democracia española -“no hay democracia”, clamaba-, que no es sino una excusa para poder justificar posteriormente sus intentos de acabar con ella. En un discurso tan autoritario como puro, Iglesias estuvo más cómodo que en muchos meses atrás, cuando tenía que fingirse satisfecho con una vicepresidencia en la sombra que arrancaba compromisos al hermano mayor de la película, Sánchez. Todo esto es de agradecer: si alguien va a jugar a reventar un sistema democrático es mejor que no se ande con chiquitas, como otras corrientes internas en Podemos. Pero además, es la única alternativa que le queda al líder morado.

Iglesias es otra víctimas más del cinismo de Sánchez, que ha pescado votos en ese caladero a través de ir asimilando parte de la política territorial y económica de Podemos. Frente a ese tacticismo cortoplacista y carente de escrúpulos, a Iglesias le queda la autenticidad. Y la autenticidad de Podemos es la del cabreo y la de las enmiendas a la totalidad. Como los partidos independentistas –la moderada ERC irá nada menos que con Bildu a las elecciones-, la formación morada tampoco dará tregua a Sánchez. Vuelven, sí. A por el presidente. Le toca a Sánchez gestionar lo que él mismo ha legitimado.

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