THE OBJECTIVE
Gonzalo Gragera

La revolución prometida

«Parece que el problema social es más bien un medio para mantenerse en el poder»

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La revolución prometida

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En mayo de 2014, Podemos fue la sorpresa política del año: un partido que recogía los desencantos generacionales del 15M y unos deseos de cambio que pasaban del movimiento en la calle al movimiento en las instituciones. Por fin. Las demandas de aquellos manifestantes, la mayoría jóvenes, universitarios, se concretaban en la acción política. En 2021, de toda aquella revolución prometida, no nos queda más que un partido que ha participado de todos aquellos vicios que nos aseguraron que erradicarían: el nepotismo, el favoritismo ideológico, la manipulación -incluso señalamiento- por parte de los medios afines, la política «de despachos», el deseo de control sobre el poder judicial. Etc.

Una información publicada en Vozpópuli resume bien, y con hechos, la historia del partido. Un partido que entusiasmó, y es comprensible, a una generación de veinteañeros que ya cumplen treintena y cuyas aspiraciones laborales y sociales no distan demasiado de la que vivían en la primavera de 2011. Los problemas siguen estando ahí, prácticamente idénticos. El discurso de denuncia del partido se sostiene en señalar la precariedad y males sociales varios. Pero sin una búsqueda eficaz de propuestas políticas y de soluciones materiales. Parece que el problema social es más bien un medio para mantenerse en el poder. Para lograr atención social y, así, captar votos. Todo converge en retórica, apariencia y gesticulación forzada -el famoso ceño fruncido de Iglesias e Irene Montero-. Sin embargo, todo queda en el título del poemario del poeta Ángel González: palabra sobre palabra. Y ya.

Es cierto que poco a poco todo se va desvaneciendo. Unidas Podemos ha perdido interés en buena parte de su electorado -y veremos en las próximas elecciones-, ya no es lo que por 2015 se decía sexy y el glamour del partido transversal, cool e intelectual está almidonado y ha envejecido muy mal. Hoy día tienen más de cúpula comunista con lecturas de Ramón Tamames o de Alfonso Comín que de un partido de izquierdas que nace en la segunda década del siglo XXI.

Las divisiones internas son, desde hace tiempo, monotonía. Desde Errejón hasta Clara Serra. La propia Clara Serra, junto con otras compañeras, firmó en El País un artículo que cuestionaba puntos clave del anteproyecto de ley de libertades sexuales. La gran propuesta -y da la sensación que no por propositiva sino por oportunista- legislativa de Unidas Podemos. La cual, según el informe del CGPJ, presenta claras deficiencias técnicas y errores conceptuales. Sobre el debate en torno al consentimiento, los magistrados aclaran: «en materia de delitos contra la libertad sexual el Código Penal vigente ya se asienta sobre la idea de consentimiento, aunque no incluya una definición del concepto, y considera punible todo acto de carácter sexual realizado sin el libre consentimiento del sujeto pasivo, sea en la forma de agresión o en la de abuso sexual, bien porque no exista tal consentimiento o bien porque se trate de un consentimiento viciado».

Hace unos meses, decía Iglesias que estar en el gobierno no se parece a lo que él imaginó. Dando a entender que la revolución ansiada no se ocasiona por agentes externos que le impiden avanzar en sus propósitos. Es la misma estrategia de siempre: el problema está en los otros -la casta primero, luego el régimen del 78, luego el sistema institucional- para así posicionarse en esa cómoda parcela del poder: la de una oposición que promete. Pero esta revolución prometida queda cada vez más lejos. El horizonte nunca llega. Aquellos veinteañeros del 15M, anónimos que salieron a la calle, ya cumplen la treintena. Y poco más ha sido el cambio.

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