THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

La salud (no) es lo que importa

«El poder no va a desaprovechar esta crisis, pero nosotros no deberíamos entregar nuestra libertad»

Opinión
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La salud (no) es lo que importa

Chalinee Thirasupa | Reuters

Llevamos muchos meses contagiados con el miedo a un enemigo invisible, pero real. El coronavirus ha sembrado el terror. Ha hecho que rompamos nuestro trato natural y afectuoso, ha entorpecido el entramado de relaciones que permiten que fluya la corriente de la producción, y ha dividido la sociedad entre apocalípticos e integrados, en un sentido muy distinto al que le dio Umberto Eco.

La pandemia es un asunto de salud pública. Como todos somos víctimas y transmisores potenciales, el comportamiento individual tiene consecuencias sobre el resto que no son fácilmente controlables. La solución que ha encontrado el Gobierno, y no sólo éste, es la de controlarnos a todos.

El historiador Robert Higgs escribió una obra muy importante, Crisis and Leviathan, en la que revisaba el aumento del poder del Gobierno federal desde la era de la Reconstrucción hasta el período posterior a la II Guerra Mundial. Higgs observó una regularidad que en absoluto parecía azarosa, ya que responde a la lógica del poder, y esa lógica es la de imponerse sobre la sociedad.

La regularidad, el ciclo del crecimiento del poder, comienza con una crisis económica, no importa la causa. Esa crisis produce efectos sociales indeseados. El poder realiza acciones para aminorarlos, que suponen un incremento del gasto público, o un mayor control sobre lo que podemos o no podemos hacer. Estas medidas suponen un menoscabo de nuestra libertad, pero se justifican por la urgencia de la situación, y la sociedad las tolera porque son medidas provisionales. Luego, esa situación de crisis se resuelve, y algunas de las medidas se retiran o se hacen menos agresivas, pero otras se quedan. Es lo que él llama el «efecto trinquete»: la rueda gira en un sentido, pero no en el contrario.

El mismo esquema vale para entender lo que está ocurriendo. Los gobiernos, el central y los autonómicos, han dispuesto de nuestra libertad como han querido, saltándose las leyes, y degradando la palabra «ciudadano». La salud es un totem ante el que quieren que lo sacrifiquemos todo. El virus, gracias en gran parte a la apresurada vacunación, ha perdido gran parte de su carácter mortífero. Pero los gobiernos, no. Y los gobiernos están exultantes, al comprobar que pueden disponer de nosotros, que pueden sustituir nuestra voluntad por la suya. El poder no va a desaprovechar esta crisis, pero nosotros no deberíamos entregar nuestra libertad, como si con ella no fuésemos a perder también nuestra salud. Entre otras muchas cosas.

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