THE OBJECTIVE
Lea Vélez

Las acompañantes

«Sin las acompañantes se desmorona un sistema en el que todos se apoyan sin reparo, con toda la fuerza, con toda la mala leche en no pocas ocasiones y todo el desdén»

Opinión
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Las acompañantes

El marido es diagnosticado con cáncer avanzado. Su mujer va a cada consulta, organiza las citas médicas, persigue los informes de las pruebas, se encarga de hablar con los médicos, protegiendo al enfermo, quitándole el peso de la burocracia sanitaria, que no es poca. Es siempre tratada con amabilidad, pero en algunas ocasiones, por burócratas y oficinistas, sobre todo, con un cierto desdén y no pocas veces con la frase: “Usted no es la paciente”.

Los hijos tienen problemas escolares, la madre se encarga de hablar con los tutores, de investigar las leyes de educación y exigir que se apliquen las medidas necesarias para que se consideren las necesidades especiales de sus hijos en el aula. Es la interlocutora a la fuerza, una suerte de acompañante, la persona que da la cara, va a las reuniones, recibe miradas molestas.

Madre e hija cambian de abogado, han de ir a pleito contra un gran banco por un problema monetario. La anciana le da amplios poderes a su hija para que se encargue de todas las comunicaciones con el abogado, que desde el primer instante le pide documentos, gestiones, información, expedientes previos… La hija es una mujer pasados los cuarenta, con trabajo y familia. Lleva el peso de todas las preocupaciones y la custodia de todos los documentos. Desde el primer momento es tratada con amabilidad, pero siempre sin la delicadeza que se dedica a la cliente. Es “la acompañante”.

Cada profesional con el que trata esta mujer la mira con una cierta censura, una cierta irritación. La miran todos como no miran al paciente, al cliente, al alumno, como si ella fuese una molestia que ha venido a vigilar su labor. Y sí, algo hay de eso, pero sin embargo, cada profesional se apoya en ella y la emplea como secretaria externa en todas esas gestiones que “la acompañante” lleva en la cabeza y en la carpeta. La llaman para pedirle consejo, gestiones, papeles, decisiones y dinero. De ella es la culpa de los retrasos en un documento, a ella se le exige que haga algo para rectificar el mal rendimiento de sus hijos en el colegio, a ella se le pide que acuda a farmacias de guardia, que haga colas en ventanillas para pedir citas de quimioterapia, que gestione la burocracia de la vida y de la muerte, de la salud y de la enfermedad de quienes la rodean.

Es una mujer normal, que bien pasados los cuarenta, tiene una madre de avanzada edad, que tiene hijos en edad escolar, porque las mujeres de más de cuarenta de hoy día tiene los niños bien pequeños, que trabaja, que lleva y trae gente en el coche cada día. Es, pongamos, viuda, porque el cáncer fue más eficaz que su denodada burocracia buscando estudios clínicos, fármacos de uso compasivo y todos los papeleos y esfuerzos sanitarios que recayeron sobre ella o que ella misma se buscó en su papel de acompañante eficaz.

La mujer que pinto soy yo misma, pero como siempre, no hablo de mí, porque no me creo única ni original. Me creo lo que soy, una mujer de mediana edad, de mediana vida, de mediana altura, de media nacional.

Las acompañantes son tantas y tantas mujeres como yo. Mujeres que se sienten mal miradas, subestimadas y un poco, la verdad, apaleadas por el sistema, la burocracia, la infinita capacidad de cualquier profesional para pedir gestiones o papeles una vez, dos veces, hacerlos mal, volverlos a pedir. Son las acompañantes de los enfermos, las sobrinasde ancianas tías de noventa años, son las mujeres que consuelan, acompañan, cuidan, gestionan, organizan, aúnan, coordinan y animan. Las que están al lado de todo, al quite. Las que protestan cuando alguien pisotea los derechos de su acompañado, las que hacen de poli malo en una ventanilla de hacienda, de poli bueno ante una enfermera que no encuentra al paciente en la lista, aunque debería estar. Son las mujeres que van con una carpeta cargada de papeles y el corazón de fortaleza. Las más ocupadas. Las que nadie ve.

Hay que cuidar a las acompañantes, porque algo sé de esto. Algo sé, y sin quejarme, os digo, que a todas, a veces, se nos parte el corazón cuando el médico nos ignora, cuando el abogado se muestra irritado, cuando el profesor eleva una ceja, como pensando: pues qué sabrá usted. Hay que cuidarlas, porque sin las acompañantes se desmorona un sistema en el que todos se apoyan sin reparo, con toda la fuerza, con toda la mala leche en no pocas ocasiones y todo el desdén. Se apoyan todos en ellas, sabiendo que no se rompen, sin reparar en que las acompañantes no hacen ese trabajo ni porque deban, ni porque quieran, ni porque les paguen, ni porque en muchos casos, sepan. Lo hacen porque es necesario, pues se lo piden sus conciencias y porque van cargadas de amor.

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