THE OBJECTIVE
Leopoldo Abadia

Las colinas de la vida

Los kurdos han reconquistado una colína. La semana pasada la habían perdido. Es posible que la vuelvan a perder. Y que la reconquisten. Por lo menos, que lo intenten.

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Los kurdos han reconquistado una colína. La semana pasada la habían perdido. Es posible que la vuelvan a perder. Y que la reconquisten. Por lo menos, que lo intenten.

Los kurdos han reconquistado una colína. La semana pasada la habían perdido. Es posible que la vuelvan a perder. Y que la reconquisten. Por lo menos, que lo intenten.

A primera vista, no es como para celebrarlo. Al fin y al cabo, una colina. Seguro que los que viven cerca iban, hace poco, a la colina a merendar y ver el paisaje. Hoy celebran que es suya, otra vez. Un éxito pequeño, muy pequeño, que no ha salido gratis, porque en la foto aparece un entierro, el de alguien que quizá pasaba las tardes de los domingos allí con su familia y que ha muerto luchando por recuperar aquel sitio que les gustaba tanto.

Pienso que la vida es algo así. Que nos pasamos los años luchando por recuperar colinas. Pequeñas, pero que nos cuestan esfuerzo. Colinas de un mejor trabajo profesional, de un mayor cariño familiar, de una actuación profesional honrada, de una ayuda a gente que lo está pasando mal.

Colinas, que pueden parecer hechos sin importancia. Cuando alguien recupera el cariño de un hijo, la noticia no sale en los periódicos. Cuando alguien intenta trabajar bien, tampoco. Pero esas cosas pequeñas cuestan, aunque no se acabe en un féretro.

O sí. Seguro que sí, porque siempre se acaba en un féretro. Siempre, todos. Al final, nuestra vida habrá sido un conjunto de colinas que hoy se pierden, mañana se reconquistan. Nadie se habrá enterado. Pero en esa vida hay heroísmo, no del que sale en las historias de los grandes héroes que, por cierto, se pasaron la vida subiendo colinas pequeñas hasta que, suficientemente entrenados en lo pequeño, un día hicieron lo grande. Y les enterraron con discursos, música y flores.

Pero lo más valioso -no digo lo más espectacular- fueron las colinas que, una vez tras otra, aquella persona subió con esfuerzo día a día, minuto a minuto, segundo a segundo. De eso no se enteró nadie. Luego le enterraron con pompa. Merecida, pero seguramente equivocada, porque los homenajes fueron por el monte alto que un día subió y no por la cantidad de colinas pequeñitas que cada día encontró y cada día intentó recuperar.

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