THE OBJECTIVE
Paula Corroto

Las mujeres no mandan

¿cuántas mujeres hay en el listado de las tarjetas black o entre los detenidos por corrupción esta semana? Sólo lo digo porque ese era el poder y ahí –aún desfalcando- hay muy poquitas (por supuesto, las que haya ya sabemos todos dónde deberían acabar).

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Las mujeres no mandan

¿cuántas mujeres hay en el listado de las tarjetas black o entre los detenidos por corrupción esta semana? Sólo lo digo porque ese era el poder y ahí –aún desfalcando- hay muy poquitas (por supuesto, las que haya ya sabemos todos dónde deberían acabar).

Todas las noticias decían que si Marina Silva no hubiera perdido en la primera vuelta, se hubiera disputado la presidencia de Brasil con Dilma Rousseff, lo que hubiera significado dos mujeres en plena batalla por el poder. Un hecho histórico que, por otra parte, sólo se ha vivido en Chile (entre Michelle Bachelet y Evelyn Matheii en 2013). Las informaciones abundaban en cómo las mujeres poco a poco van tomando las primeras posiciones en la parrilla de salida de la política, la empresa y demás círculos donde se toman las decisiones y se mueve el dinero contante y sonante.

Y, sin embargo, yo tengo la sensación de que se trata de un espejismo. Es más, si estas situaciones se convierten en noticia es que aún son raras. Es como lo del hombre que muerde al perro. No es lo habitual. Y no hay más que mirar un poco a nuestro alrededor para darnos cuenta. De hecho, suelo participar en mesas redondas y conferencias y muchas veces soy la única mujer. Y es entonces cuando me pregunto dónde están todas aquellas con las que estudié –Periodismo es una carrera muy fifty-fifty entre hombres y mujeres- y con las que empecé a trabajar en el mundillo del becariado.

Por cierto, un inciso: ¿cuántas mujeres hay en el listado de las tarjetas black o entre los detenidos por corrupción esta semana? Sólo lo digo porque ese era el poder y ahí –aún desfalcando- hay muy poquitas (por supuesto, las que haya ya sabemos todos dónde deberían acabar).

En fin, con respecto a mis compañeras, observo que todas ellas van desapareciendo. La mayoría porque comienzan a tener ciertas responsabilidades que normalmente tienen que ver con la maternidad. Y es que tal y como están las cosas me imagino que tiene que ser extraordinariamente difícil echar una jornada de diez horas o tener que viajar a cualquier parte por trabajo si tienes a tu cargo ese tipo de responsabilidad. Y ya no me refiero simplemente a trabajar, sino a escalar puestos.

Por supuesto que hay mujeres con hijos que lo hacen (y yo me pregunto, sinceramente, cómo lo consiguen). Me parece una tarea ímproba. Además, ya no se trata sólo de la responsabilidad sino que también hay un amor hacia ese hijo, unas ganas de estar con él que se ve dinamitada. Y es injusto.

Sí, al final estoy hablando del jardín de la conciliación. Un lugar manoseado desde hace décadas al que no se le acaba de hallar la solución porque creo que no interesa a quienes realmente tienen que hallarla. Es más, cada cierto tiempo incluso aparecen declaraciones de otras mujeres con poder –véase el caso de Mónica Oriol- que van en el otro sentido. Y eso sí que me molesta. Si somos nosotras mismas las que nos torpedeamos tenemos la batalla más que perdida. Y en este siglo XXI no es que sea una pena o una tragedia. Es que ya es una farsa. Y ahí es cuando la hemos fastidiado del todo. 

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