THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

Las puertas al infinito

«Varias letras hermanadas en un vocablo cambian la historia. Quizá importa lo que quieran decir las palabras, porque estas sí que cambian las cosas. Cuidado con las voces, porque pueden cambiarnos también a nosotros mismos»

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Las puertas al infinito

Syd Wachs | Unsplash

Las palabras son puertas al infinito. Cada vocablo es una vía abierta a un sinfín de ideas, sensaciones y recuerdos. Se sabe cuándo se abre esta puerta, es decir, cuándo se escribe la palabra o se pronuncia el vocablo, pero nunca se sabe cómo, ni dónde acaba anidando. Sostenía Montaigne que las palabras son parte tanto del que las pronuncia como del que las escucha. Una vez que estas salen de la boca o de la pluma de su creador, adquieren vida propia en las mentes de los receptores. Son entes vivos, torrentes emocionales que viajan por la geografía cerebral, irrigando sensaciones. Las palabras anidan en el corazón de los receptores y fecundan o esterilizan el entorno en el que aterrizan, dependiendo de la experiencia de estos con las mismas. Estas pueden ser más grandes que la música porque encierran silencios que nos transportan donde no llega la música. Las palabras nos hacen llorar, nos hacen reír, nos sorprenden, nos sirven para la concordia o para la guerra, para el amor o para el odio. Varias letras hermanadas en un vocablo cambian la historia. Quizá importa lo que quieran decir las palabras, porque estas sí que cambian las cosas. Cuidado con las voces, porque pueden cambiarnos también a nosotros mismos.

Las palabras no son lo que significan, sino lo que evocan. Pronunciemos el sustantivo femenino «República». Despiertan estas cuatro sílabas inmediatamente un crisol de sensaciones iridiscentes. Si enviásemos a cientos de personas este término impreso en tarjetas de papel, dentro de sobres dirigidos a ellos mismo (tarjetas que incluyesen tal solo esta palabra en negro sobre blanco), sembraríamos el pánico. Liberar una palabra dejándola vagar por el espacio fonético personal, nos conduciría a observar una divergencia de mensajes recibidos. Locura, shock, confusión. Misma palabra, miles de impactos distintos. «República» es para unos muerte, caos, miedo, desorden, guerra civil. Para otros libertad, derechos, progreso. Algunos al leerla pensarían en la gran Roma y en el imperio, y pocos recordarían la película de Dimitris Tzetas. Muchos pensarían en los Estados Unidos, y solo los lingüistas acudirían a su definición real y exacta como «forma de gobierno […]».

¿Vale más una imagen que mil palabras? En mi opinión una palabra vale más que mil imágenes. Las imágenes necesitan ir acompañadas de una explicación, de un «pie de página», mientras que las otras las carga el diablo en su soledad. Para apuntalar mis ideas recurriré hoy (dos veces) a la trágica poetisa bonaerense Alejandra Pizarnik.

Todo lo que se pueda decir es mentira;

el resto es silencio.

Sólo que el silencio no existe.

Las palabras no hacen el amor,

hacen la ausencia.

Si digo agua, ¿beberé?

Si digo pan, ¿comeré?

Lo que pasa con el alma es que no se ve.

Lo que pasa con el espíritu es que no se ve.

¿De dónde viene esa conspiración de invisibilidad?

Ninguna palabra es visible.

Por otro lado, Aldous Huxley creía que las palabras eran como los rayos X, pues atraviesan cualquier cosa si uno las emplea bien. Pero desgraciadamente, la palabras mal empleadas y las palabras ociosas, las que vagabundean, también cabalgan desbocadas sobre las emociones de los recipientes. Pero no solamente hablamos de palabras cuando pensamos en impacto. Podemos hablar a su vez de vocablos fonéticos y lo que nos pueden llegar a evocar. Veamos por ejemplo, qué nos evoca, estimado lector, estas letras unidas en dos vocablos unidos: ¿Floda Reltih? Detente un instante y pronúncialos lentamente en tu mente, con los ojos cerrados y piensa en su significado. ¿Qué te sugieren? Deja que resbalen sus fonemas sobre tu garganta, despacio. Para mí tienen aroma de poetisa, de esencia misteriosa, cadencia musical de una cascada de cantos rodados. Podrían ser un dialogo mudo entre un escritor o inventor de palabras y la trascendencia.

Ahora, léelas al revés y la poesía se desvanece. El orden sí altera el producto.

Nos decía la previamente citada y muy olvidada Alejandra Pizarnik (pura indagación torturada por la depresión, inmigrante en su propio país), que «esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa».

Hoy, queridos lectores, quiero regalaros por navidad unas (para mí) bellísimas palabras. Son voces singulares sin hilar, que en la mayoría de los casos despertaran significados que no tienen nada que ver con su realidad lingüística. Son poesías en sí mismas, fortines léxicos, islas mágicas de contenido, volcanes a punto de explotar, nubes que se crearan en la imaginación de cada uno de vosotros. Son términos fonéticamente perfectos y en relativo desuso. Adquiérelos, úsalos, disfrútalos lentamente, y dales su propia vida. Leed estas palabras, pensad en ellas, y finalmente, y solo si no podéis sujetar vuestro impulso, buscad su significado en el diccionario.

Sempiterno

Iridiscencia

Serendipia

Melifluo

Ataraxia

Acendrado

Arrebol

Inmarcesible

Suripanta

Ósculo

 

El obsequio de las palabras es la ofrenda de Dios al ser humano. Representa la transmisión de las emociones vinculadas al recuerdo, es el nacimiento de la cultura que solo los seres humanos disfrutamos.

Sonríe, ahora eres mucho más rico, feliz y sabio, de lo que eras hace apenas un instante. Feliz Navidad.

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