THE OBJECTIVE
Daniel Ramirez Garcia-Mina

Lejanía

Esta vez son muchas las opciones. Están los dos de siempre, pero el resto de la mesa se cubre de logos, composiciones y amalgamas desconocidos, que suenan a liga de fútbol iraní, a platos de comida india, a músicos del S. XV, a exótico, a desconocido, a lejanía.

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Lejanía

Esta vez son muchas las opciones. Están los dos de siempre, pero el resto de la mesa se cubre de logos, composiciones y amalgamas desconocidos, que suenan a liga de fútbol iraní, a platos de comida india, a músicos del S. XV, a exótico, a desconocido, a lejanía.

Son las siete de la tarde. Queda una hora para que cierren los colegios electorales. Dos compañeros de trabajo se encuentran en la puerta, en la antesala de unas urnas que no se llenan, que no alcanzan siquiera el 50% de participación. «¿Ya has arreglado el futuro de Europa?». «Sí, sí. Esto está hecho». Se ríen, lanzan un par de comentarios irónicos, un conjunto de sarcasmos que denota la actitud: el ir por ir, por hacer algo, por cumplir con una responsabilidad, por tener derecho a quejarse desde el día en que empiece a rodar el nuevo parlamento europeo.

Dentro del aula puede verse un conjunto de mesas sobre las que se sientan los políticos de papel, los que se introducen en las urnas, los que no pueden salirse de unas listas herméticamente cerradas. Esta vez son muchas las opciones. Están los dos de siempre, pero el resto de la mesa se cubre de logos, composiciones y amalgamas desconocidos, que suenan a liga de fútbol iraní, a platos de comida india, a músicos del S. XV, a exótico, a desconocido, a lejanía.

Puro existencialismo. ¿De dónde viene el voto y a dónde va? Más de mil kilómetros separan a España de Bruselas. Para eso mandamos a 54 profesionales, para que nos representen, para que defiendan nuestros intereses allí donde nosotros no podemos llegar. Sin embargo, España se debate entre Cañete y Valenciano, entre machismo, aborto, igualdad, nacionalismo vasco y catalán, y otras cosas cercanas, que ponen a hervir nuestra sangre, pero que poco o nada tienen que ver con Europa, con ese conjunto de listas apiladas en la mesa que pocos o ninguno conocen. Por eso, la mitad se queda en casa. Porque el día de las elecciones europeas, los colegios electorales huelen a folclore australiano, a playas caribeñas, a literatura japonesa, a pintura egipcia, a lejanía.

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