THE OBJECTIVE
Julia Escobar

Leyendo y con la cruz a cuestas

«Comprenderán que en esta tesitura me encuentre llena de amargura profesional y que, a la espera de tiempos mejores, este verano haya buscado una vez más consuelo en la novela policíaca»

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Leyendo y con la cruz a cuestas

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Les anuncié hace un par de semanas, creo, que durante mi larga villeggiatura viviría de la cultura local (esas «cosas vistas», de las que hablaba Victor Hugo) y para lo más universal me remitiría a las cosas oídas y leídas. Con ello, alimentaría mi blog, mis artículos y mis cuentas en las redes sociales, bastante abandonados, dicho sea de paso. No es de extrañar, porque «el campo embrutece», como se quejaba Van Gogh en su Correspondencia, cita que yo siempre he atribuido, inducida por no sé qué o quién, a Ortega y Gasset relacionado con algo que éste decía en sus «Papeles sobre Velázquez». Desgraciadamente no puedo cotejarlo por eso de la duplicación de bibliotecas y la distancia: «Qui a deux femmes perd son âme, qui a deux maisons, perd sa raison», proverbio no sé si chino o ruso que cita el cineasta francés Erich Romer en su película «Las noches de la luna llena».

Pues bien, algunos lectores, alentados por mis crónicas rurales, han tenido a bien comunicarme sus experiencias para que las transmita a un público más amplio que el que ellos tienen a la hora de comer, y por mi correo electrónico han pasado conmovedoras crónicas culturales que les ahorro en aras de la paz doméstica de esta nuestra dilatada piel de toro. Las había sobre conciertos de dulzainas y de campanas, concursos de pintura y de poesía, e incluso hay quien se ha atrevido a pedirme consejo para publicar esos cuentos ocultos que todo el mundo acomete tarde o temprano con la loca esperanza de convertirse en un escritor importante.

La culpa la tengo yo por alardear de mis conocimientos editoriales e inducir a engaño sobre mi capacidad de decisión e influencia en la sociedad lectora que, a la vista del trabajo que me está costando colocar mis propios libros les puedo asegurar es nula. Si ni siquiera en mi época de mayor influencia pude ayudar a Gonzalo Semprún –el hermano mayor de una destacada saga de escritores y políticos– que me mandó sus memorias, a pesar de que estaban mejor escritas y eran más interesantes que las de muchos de los pelmazos que ganan premios por encargo, menos puedo influir ahora que ando medio retirada del mundanal ruido.

Este señor, como sus otros hermanos, vivió épocas muy duras: adolescente durante la guerra civil, joven durante la segunda guerra mundial, exiliado, hijo de un fantasmal ministro de la aún más fantasmal República, hermano de gente importante, GS no tuvo ese prurito de notoriedad, esa sensación de excepcionalidad casi anormal que, según Orwell, caracteriza a todo escritor que se precie. Pero a la vejez, viruelas: molesto con lo que se estaba haciendo con la memoria de su época y las fanfarronadas y mentiras de tanto superviviente, decidió echar su cuarto a espadas y escribió un libro breve –y dos veces bueno– sobre la guerra civil que cuando intenté hacerlo circular sólo recibió rechazos y cuyo manuscrito sigue obrando en mi poder.

Comprenderán que en esta tesitura me encuentre llena de amargura profesional y que, a la espera de tiempos mejores, este verano haya buscado una vez más consuelo en la novela policíaca, género que además de ser excelente para los viajes en tren, (Walter Benjamin dixit), también sirve para sublimar nuestros instintos asesinos. Pues bien, no me anduve con experimentos extraños, sino que fui directamente a las fuentes más clásicas del género: la mismísima Agatha Christie, una de las mejores escritoras del género, junto a Simenon, poseedores ambos de un talento totalmente natural para la escritura que sorprende a los críticos y escritores más sofisticados. Aprovechando que en nuestra biblioteca campestre tenemos unos cuantos volúmenes de sus Obras Escogidas, publicadas por la extinta editorial Aguilar y desmantelada por el grupo Prisa, como recordarán, me dediqué a releerla con fruición. A pesar de que algunos ejemplares están encuadernados en plástico rojo (o verde, según el género literario) y no en la piel del ganado vacuno que don Manuel tenía para sus lujosas encuadernaciones, son unos libros entrañables, con la elegancia y el prestigio de la casa.

Excepto en el importante asunto de la traducción, algunas heredadas de la Editorial Molino, y que dejan mucho que desear. Durante algún tiempo El País estuvo rescatando esas espantosas traducciones que vendía junto a sus periódicos, pero, que yo recuerde, nunca reeditaron algunos de los sorprendentes títulos que aparecen en Aguilar. Hay, por ejemplo, una novela extraordinaria titulada La venganza de Nofret, que sucede en el antiguo Egipto (recuerden que AC estuvo casada con un arqueólogo y conocía muy bien los lugares) y muchas otras que están ambientadas en Oriente Próximo, tanto de espionaje, subgénero en el que destaca de manera sorprendente, como en el de la serie, más rutinaria y, algunas veces algo reiterativa, de Hércules Poirot.

Concretamente hay dos que me han parecido únicas. Se titulan La muerte visita al dentista (la traducción correcta sería La muerte va al dentista, pero bueno) y, sobre todo, Intriga en Bagdad, cuyo argumento y desarrollo son de una actualidad trepidante: Una joven sin empleo sigue al muchacho del que se ha enamorado hasta Bagdad, donde este último trabaja en una especie de ONG llamada «La rama de Olivo», refugio de trabajadores voluntarios, pacifistas e internacionalistas que se dedican a traducir los textos clásicos ingleses al árabe. Esta organización es la tapadera de una conspiración contra la civilización occidental, encabezada por un resentido, cuya identidad constituye la sorpresa del libro, y que está a punto de ser descubierta (me refiero a la conspiración) por una red de arriesgados espías. británicos La joven se ve involucrada en la trama y todo termina bien, gracias a Dios, y a la eficacia de los servicios de espionaje británico. Las reflexiones que hace la autora sobre los motivos de los pacifistas y los rebeldes anti sistema son dignos de Chesterton y la convierten en una digna predecesora de Oriana Fallaci.

Otras de espionaje son Pasajero para FráncfortEl hombre del traje castaño, y las tres novelas de la pareja de agentes secretos, Tuppence y Thomas Beresford: El misterio de Mr. Brown, Una pareja de sabuesos, y El misterio de ‘Sans Soucis’. donde se denuncia la conspiración comunista para hundir a Occidente, Ya les digo, si las editoriales me hicieran caso, yo les recomendaría que las publicaran, con nuevas y más acertadas traducciones, por supuesto. Pero aquí estoy, sola y embrutecida por el campo, con mis libros y mi cruz a cuestas.

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