THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Límites de la expresión

«Si pensamos en el ambiente donde creció Max Mosley, se desdibuja incluso el hecho de que naciera en la cárcel durante la II Guerra»

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Límites de la expresión

Wikimedia Commons

Hace un par de semanas murió Max Mosley, hijo de Oswald Mosley, y ser hijo del fundador y jefe de la Unión Británica de Fascistas en los años 30-40 no es, precisamente, un mérito a tener en cuenta para una necrológica. En mi caso, tampoco lo es que Max Mosley fuera el presidente de la Federación Internacional del Automóvil durante casi veinte años: las carreras de Fórmula 1 no son mi fuerte y en fin. Que Max Mosley fuera hermano por vía paterna del escritor Nicholas Mosley ya despierta cierta curiosidad familiar. Pero que fuera hijo de la segunda mujer de su padre, la magnífica Diana Mitford –todas las hermanas Mitford fueron magníficas, cada una en su estilo– le hace tomar un perfil distinto y más atractivo.

Podríamos, pues, empezar así: Max Mosley fue hijo de la bellísima Diana Mitford, sobrino de la maravillosa novelista Nancy Mitford y sobrino también de los duques de Devonshire –ella, Deborah, era otra Mitford, la más aristocrática, especialista en rosas y enterrada en su jardín en un ataúd de mimbre cubierto de flores–, sin desdeñar a la muy guapa Pamela, amante del poeta John Betjeman y se decía en familia que ella amó más a las mujeres que a los hombres. No olvido ni a su tía Jessica, comunista, ni a su tía Unity (loca y enamorada de Hitler). Pero que no nos despiste el führer, pues Max Mosley –incluso con la luz que desprendían sus tías– tuvo que convivir permanentemente con la sombra paterna sin que él diera pie a confusión. Del lado materno heredó el talento, que en casa Mitford era abundantísimo: estudió Ciencias Físicas en Oxford y Derecho en Londres y su actuación al frente de la FIA, aunque discutida y contestada, parece que fue muy brillante e introdujo reformas que han mejorado competiciones y categorías.

Pero si pensamos en el ambiente donde creció Max Mosley, se desdibuja incluso el hecho de que naciera en la cárcel durante la II Guerra, pues Churchill mandó encarcelar a sus padres en una medida que era castigo por su posicionamiento político y al mismo tiempo protección frente a sus consecuencias. Max Mosley estuvo entre las rodillas de Diana Cooper, Cecil Beaton, Evelyn Waugh, Harold Acton, los hermanos Sitwell… y conoció a Churchill y a Harold Macmillan. Y dejo a la mayoría fuera por no pecar de namedropping. Aunque solamente por ser hijo de la mujer que deslumbró a las mentes más brillantes de su generación (incluida la de Churchill), bastaría. Ésta –y las estancias en La Costa Azul– era la vida en casa de la familia Mosley.

La pregunta es la misma: ¿es suficiente para una necrológica? Pienso que no, aunque ya nos gustaría haber tenido a ese elenco tan cerca, pero sí hay algo en la vida de Max Mosley –por controvertido que fueran  personaje y carácter– que le otorga el papel del héroe en la sociedad del espectáculo y sólo por esto merece todas las necrológicas. El origen es el más antiguo de la humanidad: una tarde de sexo sofisticado con mujeres rubias –amigas, se dijo, y luego  prostitutas– y atrezzo de dominio y sumisión. Alguien filtra una filmación y Max Mosley es acusado de participar en una orgía con adjetivo –nazi– y el peligro no estaba en la orgía sino en el adjetivo. Otra vez la confusión de los disfraces y la seguridad que de ser Mosley hijo de un abogado del partido laborista no hubiera sido acusado de lo mismo. Pero la sombra paterna estuvo siempre revoloteando, como en un destino trágico. La sombra paterna y Murdoch con su tabloide News of the World. Ahí se armó un escándalo mayúsculo con insinuaciones que apuntaban más alto al esgrimirse la hipotética amistad entre Max Mosley y el duque de Edimburgo.

Y Mosley se enfrentó a las Erinias. Solo, únicamente con su dinero como escudo y con luz y taquígrafos enemigos. Tormento y combate fueron largos, como suelen serlo en la mitología, pero Mosley ganó. Ganó la privacidad y la salvaguarda del honor frente a la libertad de expresión esgrimida como arma de descalificación y humillación. En la batalla perdió a su mujer –que se divorció de él– y a su hijo, que se suicidó mezclando sus problemas con las drogas. Es conveniente no estar nunca demasiado cerca de los héroes, pues son amigos y parientes los que mueren. Pero continuó su combate hasta dejar sin armas al enemigo –y el enemigo era el más poderoso del Olimpo. No sólo eso, sino que Max Mosley creó un fondo, una bolsa de dinero, para que aquellos que se vieran injustamente atacados por la prensa y no tuvieran medios económicos para defenderse, pudieran acudir a ese fondo. En el combate de Max Mosley ganó la libertad, sin lugar a dudas, y se puso a la expresión en su lugar, que no es, ni debería ser donde habitan la mentira, la difamación y el abuso.

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