THE OBJECTIVE
Jeronimo Jose Martin

Lo clásico nunca cansa

A “Las dos caras de enero” le pesa su languidez narrativa, le sobra algún exceso psicoanalítico y le falta un punto de intensidad emocional. Pero no cansa y entretiene por el inteligente tono equívoco de su guión.

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Lo clásico nunca cansa

A “Las dos caras de enero” le pesa su languidez narrativa, le sobra algún exceso psicoanalítico y le falta un punto de intensidad emocional. Pero no cansa y entretiene por el inteligente tono equívoco de su guión.

No sé quién lo dijo por primera vez. Pero suelo estar de acuerdo con esa idea de que “lo clásico nunca cansa”, si entendemos “clásico” no por viejo o tradicional, sino por esencial, imperecedero, modélico… Quizás no me entusiasme, ni me conmueva hasta la lágrima o la carcajada, ni me deje noqueado durante días, pero lo clásico nunca me cansa. Viene a cuento esta reflexión del estreno en España del thriller “Las dos caras de enero”, notable debut como director del iraní afincado en Reino Unido Hossein Amini, guionista de películas tan dispares como “Las alas de la paloma”, “Jude” o “Drive”.

Se trata de la adaptación al estilo de Alfred Hitchcock de la tensa, psicológica y decadente novela homónima de Patricia Highsmith, que narra las angustiosas andanzas en Grecia y Turquía, durante 1962, de un glamouroso matrimonio estadounidense de turbio pasado (Viggo Mortensen y Kirsten Dunst), que contrata como guía a un espabilado y políglota compatriota (Oscar Isaac), especialista en timar a incautas turistas ricas. Como en las grandes tramas del Maestro del Suspense —que adoptó en 1951 “Extraños en un tren”, de Higshsmith—, nada es lo que parece, y hay mucho mar de fondo entre los tres protagonistas.

A “Las dos caras de enero” le pesa su languidez narrativa, le sobra algún exceso psicoanalítico y le falta un punto de intensidad emocional. Pero no cansa y entretiene por el inteligente tono equívoco de su guión, la sobriedad de sus interpretaciones, la elegancia con que trata sus pasajes más sórdidos, la nitidez de su reflexión moral contra la codicia, su vibrante desenlace en punta, y una planificación y un montaje tan inquietantes como la espléndida música del donostiarra Alberto Iglesias, llena de homenajes a los grandes temas hitchcockianos de Bernard Herrmann. Es decir, por su sólido clasicismo.

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