THE OBJECTIVE
Valentí Puig

Lo justo no es excepción

Ante un paisaje político que parece dominado por la mediocridad, el arribismo y la partitocracia, cuando no la corrupción, el fatalismo de la ciudadanía puede sentirse legitimado pero siempre conviene asegurarse de que los árboles dejen ver el bosque. Miles de concejales se dedican todos los días al interés público y a un bienestar colectivo que discurre a pesar de los Bárcenas, la injerencia desfachatada en las cajas de ahorros, el tres por ciento del pujolismo, las adjudicaciones a dedo o el nepotismo. Aunque lo parezca ni la casta está tan generalizada como se dice ni la anti-casta de Podemos evita los vicios de la casta.

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Lo justo no es excepción

Ante un paisaje político que parece dominado por la mediocridad, el arribismo y la partitocracia, cuando no la corrupción, el fatalismo de la ciudadanía puede sentirse legitimado pero siempre conviene asegurarse de que los árboles dejen ver el bosque. Miles de concejales se dedican todos los días al interés público y a un bienestar colectivo que discurre a pesar de los Bárcenas, la injerencia desfachatada en las cajas de ahorros, el tres por ciento del pujolismo, las adjudicaciones a dedo o el nepotismo. Aunque lo parezca ni la casta está tan  generalizada como se dice ni la anti-casta de Podemos evita los vicios de la casta.

Si de repente hiciera falta seleccionar diez hombres justos, posiblemente uno de los que obtendría mayor unanimidad sería el socialista Javier Fernández, presidente del Principado de Asturias que, por procedimiento de urgencia, tuvo que hacerse cargo de la Comisión Gestora del PSOE al dejar Pedro Sánchez la Secretaria General. Las aguas del PSOE bajaban enlodadas por entre una maraña de discordia y fragmentación. España llevaba un largo tiempo con un gobierno del PP en funciones, en plena post-crisis, entre casos de corrupción y el secesionismo catalán alterando la estabilidad institucional y el orden regido constitucionalmente. Como en otros momentos clave de la historia socialista, las espadas estaban en alto y, si en el pasado no siempre apareció el hombre justo en el instante adecuado, esta vez estaba ahí Javier Fernández, hombre de paciencias conciliadoras, personalidad templada, con lenguaje propio y con algo que lo políticamente correcto considera cursi y que llamamos nobleza. O si se quiere, todavía de forma más castiza, un hombre cabal. El lenguaje de la serenidad. Discurrir para la gente. Moderación constructiva. Sentido de Estado. Memorable, decisiva intervención en el Comité Federal del PSOE. No ser rehén de la agenda ni de las redes sociales. Es el sentido prioritario del bien común y de una gobernabilidad del país en la que, por mucho Podemos que haya, el PSOE es una alternativa contrastada y leal.

Pocos hubiesen asegurado que lo que ha ocurrido sería posible. Después de lograr atinadamente la abstención en la investidura de Mariano Rajoy, el asturiano tranquilo ha conducido al PSOE hacia el convivir de las distintas estrategias. Le evitó a su partido un desgaste histórico al tiempo que obligaba al gobierno de Mariano Rajoy a tejer compromisos. Ha consolidado también una lección de lenguaje político, con principios, articulado, claro, convincente, sin los clichés de una retórica pública ajada y reiterativa. Sus intervenciones han sido de lo mejor en los tiempos recientes. En pleno culto juvenilista, haber nacido en 1948 y ser desinteresado con la experiencia propia da satisfacciones. Ante la avidez, todavía valen la generosidad y cierto afán de verdad que el relativismo ha desprestigiado. Ahora el PSOE puede corresponder con un programa y un nuevo líder para ese siglo XXI tan desajustado, global, temeroso y fascinante.

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