THE OBJECTIVE
Javier Quero

Lo que cuesta perder

Si pierde España, España pierde. No me he bebido la cosecha de Víctor de la Serna ni estoy afec-tado por el síndrome de la abdicación, que ha nublado el entendimiento de más de uno. La afirma-ción inicial se refiere a los perjuicios económicos para la nación que supone la eliminación de la selección.

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Lo que cuesta perder

Si pierde España, España pierde. No me he bebido la cosecha de Víctor de la Serna ni estoy afec-tado por el síndrome de la abdicación, que ha nublado el entendimiento de más de uno. La afirma-ción inicial se refiere a los perjuicios económicos para la nación que supone la eliminación de la selección.

Si pierde España, España pierde. No me he bebido la cosecha de Víctor de la Serna ni estoy afectado por el síndrome de la abdicación, que ha nublado el entendimiento de más de uno. La afirmación inicial se refiere a los perjuicios económicos para la nación que supone la eliminación de la selección.

Para redondear la perogrullada inicial, afirmo: las copas se celebran con copas. La euforia de la victoria lleva al consumo, igual que la derrota conduce a la abstinencia. Sólo en la primera fase del Mundial, los partidos de la Roja han ayudado a ingresar 400 millones de euros en el comercio minorista. El gasto esencial se ha realizado en establecimientos de muy distintos sectores, principalmente bares, tiendas de bebidas, bares, tiendas de comida, bares, cervecerías y también bares.

Cada gol nacional supone 158 millones de caja. Llegar a la final, habría sumado casi mil millones de euros. Un encuentro sin picoteo ni rubias espumosas es un desencuentro. Inconcebible. Una afamada compañía de pizzas a domicilio asegura que sus pedidos aumentan un 50 por ciento durante la retransmisión de los partidos. Incluso se han llegado a quejar de que se juegue a las seis de la tarde, que nunca fue hora de cenar entre gente decente, por mas que se empeñe Europa.

Los españoles sólo bebemos en dos ocasiones: cuando obtenemos una alegría, para celebrarlo, y cuando cosechamos un fracaso, para olvidarlo. Es el mísero consuelo que le queda al tabernero el día después de apearnos del Mundial. La selección que fue selecta ha pasado de heroína a petardo. Nos costó mucho ganar dos eurocopas y un Mundial, pero lo que nos saldrá realmente caro es la pifia de Brasil. Bebamos pues. El del bar, al menos, lo agradecerá. Será la única copa que podamos tocar.

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