THE OBJECTIVE
David Mejía

Lo verosímil es la antesala de lo real

«No debemos descuidar este peligroso ecosistema donde las peores noticias resultan creíbles: lo verosímil es la antesala de lo real».

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Lo verosímil es la antesala de lo real

Brendan Hoffman | Reuters

A principios de esta semana leí una noticia asombrosa en un diario publicado por la Internacional Socialista: la prestigiosa New York University implementaría la segregación racial en sus residencias de estudiantes. Publiqué la noticia en mi cuenta de Twitter junto a una nota de pánico. Poco después, me informaron de que la información era falsa. En efecto, NYU había hecho público un comunicado donde aclaraba que en ningún caso segregaría racialmente a sus estudiantes. Es importante celebrar que así sea, pero no puedo dejar de lamentar que hayamos llegado al punto en que esta grotesca información nos resultara a muchos verosímil.

El caso no es del todo una ficción: hubo una recogida de firmas liderada por dos estudiantes solicitando la habilitación de un espacio residencial exclusivamente para personas de raza negra, o que se identificaran como tales (black-identifying). Los promotores de la iniciativa argüían que NYU es una institución predominantemente blanca, donde no es fácil que los estudiantes negros conecten o creen comunidad. En sus propias palabras, no pretendían ser excluyentes, «sino crear un espacio donde los estudiantes negros pudieran sentirse incluidos». La administración se opuso y el caso parece cerrado, pero no debemos descuidar este peligroso ecosistema donde las peores noticias resultan creíbles: lo verosímil es la antesala de lo real.

En su reciente libro, Why we are polarized? [¿Por qué estamos polarizados?], Ezra Klein señala que los partidos Republicano y Demócrata tienen, actualmente, visiones del mundo sólidas, compactas, pero mutuamente excluyentes: «Los partidos se dividen en base identidades fundamentales que tienden a generar intolerancia y hostilidad», escribe Klein. Nada de esto es nuevo: desde la victoria de Donald Trump han proliferado los análisis políticos que insisten en la predisposición humana a refugiarse en la identidad grupal. O lo que es lo mismo: en la imposibilidad del sueño ilustrado del ciudadano independiente y racional que decide con libertad, ajeno al calor de la tribu.

Kyle Rittenhouse, un joven de diecisiete años, mató esta semana a dos hombres e hirió a un tercero en Kenosha, Wisconsin. Supuestamente, el joven había acudido, fusil en mano, a contrarrestar el activismo Antifa, y a proteger los negocios de saqueos, disturbios e incendios. Los hechos están aún por esclarecerse, pero lo que es evidente es que la polarización de una sociedad armada tiene consecuencias fatales.

Los políticos, por su parte, no están haciendo nada para prevenir esta peligrosa escalada de violencia: Trump no dudará en movilizar a sus camisas pardas y gritarles Apreteu! si estima que así agitará la participación en las elecciones. Y Biden no se atreverá a condenar firmemente la violencia por temor a perder el apoyo de los colectivos radicales que hoy tienen gran influencia en la agenda del partido demócrata. Como señalaba recientemente Andrew Sullivan, todo empieza a parecerse demasiado a Weimar: izquierda y derecha se abandonan a sus extremos, y dejan que el odio haga el resto. Lo peor aún no ha sucedido, pero todo parece verosímil.

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