THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Lógica del naufragio

«¿Cómo he llegado hasta aquí?», se repetía el protagonista de Once in a Lifetime, una de las más redondas canciones de Talking Heads, al verse atrapado en una vida burguesa de la que ya no puede escapar. Y la misma pregunta se estará haciendo ahora el PSOE, desgarrado internamente tras haber sido bendecido en dos elecciones consecutivas con la capacidad de decidir sobre la formación de gobierno. Bien es verdad que se trataba de una bendición amarga: podía decidir e influir, pero difícilmente liderar. Porque para liderar había de pactar con un nacionalismo catalán radicalizado, además de con un Podemos empeñado en fagocitarlo. De ahí que el socialismo haya venido negando psicológica y afectivamente una realidad desagradable: la necesidad de entenderse con su archirrival conservador. Pero la realidad, como la banca en los casinos, gana siempre.

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Lógica del naufragio

«¿Cómo he llegado hasta aquí?», se repetía el protagonista de Once in a Lifetime, una de las más redondas canciones de Talking Heads, al verse atrapado en una vida burguesa de la que ya no puede escapar. Y la misma pregunta se estará haciendo ahora el PSOE, desgarrado internamente tras haber sido bendecido en dos elecciones consecutivas con la capacidad de decidir sobre la formación de gobierno. Bien es verdad que se trataba de una bendición amarga: podía decidir e influir, pero difícilmente liderar. Porque para liderar había de pactar con un nacionalismo catalán radicalizado, además de con un Podemos empeñado en fagocitarlo. De ahí que el socialismo haya venido negando psicológica y afectivamente una realidad desagradable: la necesidad de entenderse con su archirrival conservador. Pero la realidad, como la banca en los casinos, gana siempre.

Ante todo, por supuesto, hemos asistido al conflicto entre dos lógicas distintas: la lógica constitucional que obliga a formar gobierno y la lógica partidista que apuntaba hacia los daños que podía sufrir el PSOE en caso de dar su apoyo a Rajoy. Irónicamente, la defenestración de Sánchez situó al partido en una posición en la cual dar su apoyo al PP resultaba menos perjudicial que negárselo. Y de ahí la abstención.

Es verdad que Sánchez tenía un plan. Pero no era un plan que pudiera explicitarse y eso terminó por conducirlo a la incongruencia. El plan consistía en ir a unas terceras elecciones que entregasen la mayoría absoluta al bloque PP-C’s y el liderazgo de la oposición al PSOE. En otras palabras, el plan era librarse de la obligación de decidir; de ahí la insistencia tautológica en el «no es no». Sin duda, esta obra maestra del infantilismo político podía funcionar un tiempo, pero no para siempre. Aunque para muchos siga funcionando.

Asoma aquí el factor decisivo para entender este proceso delirante: el tremendismo retórico que dibuja al PP como una «derecha extrema» bajo cuyo gobierno la vida es insoportable. Se trata de un relato verosímil para muchos ciudadanos; pero no olvidemos que el relato es anterior a la percepción y le da forma. ¡Democracia postfactual! ¿Qué efectos provocaría sobre la cultura política española, en cambio, un sereno entendimiento entre los dos grandes partidos? Sería interesante comprobarlo. Pero si tu identidad política depende de la demonización del adversario, no se te ocurre humanizarlo: no es no. O mejor: no era no.

Quienes alertaban contra la abstención consumada ayer han insistido en la fuga de votos que el PSOE puede padecer por ello: el desmantelamiento de la tribu moral socialista. Es pronto para saberlo, aunque no sería sorprendente. Pero nunca sabremos qué alternativa -¡realista, se entiende!- defendían los negacionistas; sus futuros alternativos nunca serán refutados. Tampoco sabemos cómo va a comportarse este PSOE fracturado una vez tengamos gobierno: bien podríamos volver a votar el año próximo. Aunque al PSOE, precisamente, no parece convenirle.

A la vista de la reconfiguración del mapa político español, en todo caso, los dirigentes socialistas tendrán que decidir si les compensa hacer equilibrismos para retener a sus votantes más radicalizados, o sale más a cuenta recuperar un perfil más centrista para ganar votantes nuevos. Si durante un tiempo hay que influir sin liderar, a la manera alemana, tal vez sea mejor aceptarlo y esforzarse por influir de la forma más eficaz posible; para poder volver a liderar más adelante. Tal vez aquí la valentía, contra lo que se ha venido diciendo, consista en decir que sí.

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