THE OBJECTIVE
Monica F.-Aceytuno

Los surcos

Es este joven rorcual que ha varado en una playa de Australia como los vencejos que caen al suelo, tan acostumbrados al aire que no son capaces de levantar el vuelo si no es desde lo alto del acantilado.

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Los surcos

Es este joven rorcual que ha varado en una playa de Australia como los vencejos que caen al suelo, tan acostumbrados al aire que no son capaces de levantar el vuelo si no es desde lo alto del acantilado.

Es este joven rorcual que ha varado en una playa de Australia como los vencejos que caen al suelo, tan acostumbrados al aire que no son capaces de levantar el vuelo si no es desde lo alto del acantilado; así tampoco las ballenas pueden nadar sin una cierta profundidad de agua por debajo.

Me recuerdan los surcos de su garganta, los cuales se observan tan bien en esta imagen; con su ojo, al fondo, asustado de no ver el mar, sólo el cielo y las personas a su alrededor como en un pozo sin agua; me recuerdan, escribía, esos surcos, a los de los campos de cultivo cuando ascienden por una colina.

Siempre me ha parecido que los agricultores, trazadores de surcos, son las personas, si no las más felices del mundo, al menos las más tranquilas por no vivir asustadas por la muerte, al saber tanto de la tierra que nos espera. De alguna manera, esos surcos dan de comer también a los rorcuales pues se abren sus gargantas como acordeones, para ser más eficaces, cuando se alimentan llenándose la boca de agua.

Se trata de un ejemplar joven de ballena jorobada o yubarta (Megaptera novaeangliae) de unas veinte toneladas, todavía con pocos balanos, esas bellotas de mar de placas blanquecinas que se adhieren a las vigas de los muelles y a la piel de las ballenas; con esa aleta pectoral blanca y alargada como un ala de charrán y que parece sobrarle igual que al pájaro que ha caído al suelo.

Pero incluso tratándose de un juvenil ¡somos tan pequeños junto a las ballenas! Sólo el océano, ese gigante, puede, subiendo el nivel del agua con la pleamar, llevárselo en brazos como un niño que llevas a dormir a la cama, envuelto en una sábana de marea que lo aleje de la arena.

Ojalá esté subiendo mientras escribo. Y esos surcos que parecen de tierra, se llenen de mar, como se llenan de oscuridad y de cantos de grillos, los campos en la noche.

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