THE OBJECTIVE
Xabier R. Blanco

Los viejos queman

¿Para qué preocuparse? Los viejos estorban y no sólo a Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, que advirtió hace un tiempo de que tenemos la insana costumbre para el capitalismo de vivir muchos años. Intentamos aparcarlos donde menos quemen a una sociedad cosmética. Los partidos políticos sólo se acuerdan de ellos cuando toca ir a votar.

Opinión
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¿Para qué preocuparse? Los viejos estorban y no sólo a Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, que advirtió hace un tiempo de que tenemos la insana costumbre para el capitalismo de vivir muchos años. Intentamos aparcarlos donde menos quemen a una sociedad cosmética. Los partidos políticos sólo se acuerdan de ellos cuando toca ir a votar.

Un incendio en un geriátrico privado de Zaragoza ha provocado que ocho ancianos hayan consumido lo poco que les quedaba de vida antes de tiempo. Con el rescoldo humeante ya se empieza a saber que el centro no reunía los requisitos mínimos de higiene ni contaba con la licencia pertinente.

¿Para qué preocuparse? Los viejos estorban y no sólo a Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, que advirtió hace un tiempo de que tenemos la insana costumbre para el capitalismo de vivir muchos años. Intentamos aparcarlos donde menos quemen a una sociedad cosmética. Los partidos políticos sólo se acuerdan de ellos cuando toca ir a votar.

En A Coruña, el asilo de ancianos de Adelaida Muro era una fabulosa y céntrica construcción, que contaba con la galería más larga de la ‘Ciudad de Cristal’, diseñada en 1884 por el arquitecto Juan de Ciórraga, autor también de las celebradas cristaleras de la Marina. Los viejos con menos posibles acostumbraban a pasear por el Campo de Marte y bajaban a calentar sus cansados huesos a la playa del Matadero. Cativos y ancianos se enredaban con naturalidad. La estampa de cada día se convertía en una magnífica lección de vida. Pero con el consentimiento de Francisco Vázquez, el alcalde socialista más popular, y a pesar de la protesta de los vecinos encabezada por el profesor Aller, amigo íntimo y compañero de estudios de Manuel Fraga, una constructora derribó el inmueble en septiembre de 2001 para levantar apartamentos de lujo.

Las monjitas que regentaban el asilo fueron recompensadas con 12 millones de euros y los ancianos fueron trasladados a las afueras de la ciudad a unas instalaciones modernas. Nunca más se les volvió a ver caminando por el centro. Lo correcto hubiese sido remozar un edificio desleído, pero es mucho más cruel la miseria mental que la económica.

 

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