THE OBJECTIVE
Fernando Garcia Iglesias

Lugar ameno

O quizás nuestro ‘locus amoenus’ esté aquí, en las mañanas remolonas del verano, entre las mantas de esta cama, donde besamos la espalda de quien la comparte con nosotros.

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O quizás nuestro ‘locus amoenus’ esté aquí, en las mañanas remolonas del verano, entre las mantas de esta cama, donde besamos la espalda de quien la comparte con nosotros.

Hay quienes, en vacaciones, se despiertan alegres y vigorosos, y, tras un café veloz, ya están extendiendo sus toallas en la arena de la playa o cogiendo los mejores sitios cerca de la piscina. Otros, en cambio, prefieren exprimir hasta la última gota del sueño reparador del verano y no tienen inconveniente en levantarse tarde, hacia la confusión del mediodía, sin prisas, perezosa y felizmente. También los hay que se despiertan temprano por el peso de la rutina, pero gozan del remoloneo de saber que no hay trabajo y, despreocupados, se dejan engullir de nuevo por las mantas disfrutando del placer de no hacer nada. Son las diferentes mañanas de los diferentes tipos de vacaciones que disfrutamos. Quizás lo único en común en todas ellas es la búsqueda del descanso reparador, o del lugar propicio para ello. 

En vacaciones, somos muchos los que, saturados del cemento, el tráfico y la velocidad de las ciudades, ansiamos la parsimonia y belleza del ‘locus amoenus’, ese lugar que nos calma y rejuvenece con solo estar en él. Desde los clásicos greco-latinos, han sido muchos los autores que cantaron las bondades de los jardines con árboles frondosos y riachuelos que confortan el cuerpo y el alma con los susurros suaves de sus aguas. Horacio, Virgilio, Petrarca, Shakespeare, Garcilaso, fray Luis de León…, en la historia de las letras, las alabanzas a ese lugar placentero que todos anhelamos para nuestro descanso y regocijo han sido una constante, y han dado algunos de los textos mas bellos jamás escritos.

El asueto que nos traen las vacaciones es el momento idóneo para encontrar ese lugar. Bajo la sombra de los árboles en los verdes valles, o sobre la arena fina de nuestra playa preferida, con la espalda al sol y decenas de canciones en el iPod; sentados en una terraza veraniega con un café con hielo y un libro entre las manos, o, en el jardín, preparando una barbacoa, a la vez que la cerveza nos enfría la garganta. O quizás nuestro ‘locus amoenus’ esté aquí, en las mañanas remolonas del verano, entre las mantas de esta cama, donde besamos la espalda de quien la comparte con nosotros. 

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