THE OBJECTIVE
Fernando Garcia Iglesias

Luna lunera

El gran cataclismo, hace 4500 millones de años, pudo ser el fin, pero fue sin duda el principio. Formó nuestra luna, y la Tierra, que giraba enloquecida, se calmó y se inclinó en reverencia, y empezaron este vals cósmico de giros y elipses.

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Luna lunera

El gran cataclismo, hace 4500 millones de años, pudo ser el fin, pero fue sin duda el principio. Formó nuestra luna, y la Tierra, que giraba enloquecida, se calmó y se inclinó en reverencia, y empezaron este vals cósmico de giros y elipses.

En el principio fue Theia. Del tamaño de Marte, orbitaba a la altura de nuestra Tierra, que en ese momento era la misma imagen del infierno, envuelta en fuego, en campos de lava que se extendían por toda su superficie, entre volcanes que explotaban y el bombardeo constante de asteroides. Pero llegó Theia, con su fuerza incontrolable de cuarenta mil kilómetros por hora, y los dos planetas chocaron en el ‘Gran Impacto’, la mayor catástrofe de nuestra Tierra, que bien pudo acabar con ella, pero que Dios o la física o ambos, decidieron que no fuese así. El gran cataclismo, hace 4500 millones de años, pudo ser el fin, pero fue sin duda el principio. Formó nuestra luna, y la Tierra, que giraba enloquecida, se calmó y se inclinó en reverencia, y empezaron este vals cósmico de giros y elipses hasta el fin de los tiempos.

En comparación con otras, nuestra luna aparece colgada en los cielos, inmutable y muerta como un frío desierto. Alrededor de Júpiter, Ío arde con volcanes que escupen lava cientos de kilómetros en el espacio, y la luna Europa es una bola perfecta de hielo flotando sobre un vasto mar, con más del doble de agua que todos nuestros océanos juntos. O en torno a Saturno, donde la luna Encélado lanza incansable el polvo helado que forma sus anillos, y donde Titán, con sus lagos y sus ríos de metano líquido, y su lluvia gruesa que cae flotando como copos de nieve, se presenta como una rareza y un joya de nuestro Sistema Solar. Sin embargo la Luna, nuestra luna silenciosa, permanente e inalterable, sin alardes, sale y se oculta.

Pero esta nuestra luna es solo nuestra. Y así la hicimos diosa y la mar se hizo su esclava. Y todos, de Homero a Ariosto, de Proust a Murakami, de Chopin a Debussy, de Turner a Van Gogh, todos la reverenciaron y pusieron letras, música y color a su belleza. Parecerá muerta, pero nuestra Luna tiene alma.

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