THE OBJECTIVE
Aurora Nacarino-Brabo

Madre mía, los jéiters del fútbol

Puede decirse que la posmodernidad es la era de lo light. En nuestros pacificados días, la revolución ha claudicado ante el populismo pop, el fascismo pide cita en la delegación del Gobierno para manifestarse ordenadamente, los festejos rurales han comenzado a renunciar al martirio de algún pobre astado para dar paso a encierros con vaquillas de goma, la protesta política es una canción de Nacho Vegas. Y el nacionalismo y la guerra han evolucionado hasta transmutarse en el mayor espectáculo del mundo: el fútbol.

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Madre mía, los jéiters del fútbol

Puede decirse que la posmodernidad es la era de lo light. En nuestros pacificados días, la revolución ha claudicado ante el populismo pop, el fascismo pide cita en la delegación del Gobierno para manifestarse ordenadamente, los festejos rurales han comenzado a renunciar al martirio de algún pobre astado para dar paso a encierros con vaquillas de goma, la protesta política es una canción de Nacho Vegas. Y el nacionalismo y la guerra han evolucionado hasta transmutarse en el mayor espectáculo del mundo: el fútbol.

La pacificación del tribalismo ha permitido canalizar el sentimentalismo de la masa hacia formas de expresión inocuas. Y eso se llama progreso. Además, el fútbol es una herramienta de transversalidad formidable. Su hegemonía no se discute en ningún rincón de Europa y su pasión inflama tanto los corazones de los ricos como de los pobres.

Como sucede con cualquier fenómeno cultural dominante, el fútbol tiene odiadores. Odiadores a tiempo completo. Odiadores profesionales, incluso. Jéiters, para entendernos. Suele suceder que quienes son incapaces de participar de una emoción colectiva en la que otros encuentran gran deleite la desprecien. A mí me pasa, por ejemplo, con el flamenco. No soporto sus aspavientos ni sus alaridos. Pero reducir el flamenco a aspavientos y alaridos es tan ridículo como resumir el fútbol en 22 tipos en calzones. Por eso me jode tanto que no me guste el flamenco.

Si te gusta el fútbol pasas a ser sospechoso, automáticamente, de ser un cateto. Y un cateto malo, además, como dictan los censores de la moral. Modric le pega con el quinto metatarsiano y mete un balón entre líneas para dejar a Ronaldo solo a las puertas del cielo. Y, mientras tanto, hay niños pasando hambre. La secularización de la sociedad es también un rasgo del mundo posmoderno, pero la vocación de juez ético ha prosperado por vías ajenas a la Iglesia.

En ciertos círculos, especialmente los progresistas y los intelectuales, no digamos ya si se combinan, que te guste el fútbol está mal visto. A mí no es que me guste es fútbol, es que el fútbol me parece la más importante de las cosas importantes. Seguramente es porque soy una cateta mala. Pero no me importa, porque ayer volvió a marcar Karim Benzema.

Y Karim, el delantero neurasténico, es la deshumanización del fútbol. Decía Ortega que cuando la pintura deja de imitar a la realidad se convierte en un objeto para las élites. Todo el mundo puede aprehender lo humano, pero solo los iniciados pueden comprender las claves de lo conceptual. El arte abstracto no es más que la estética por la estética. Como Karim: la estética por la estética, el fútbol contra las masas. Karim es lo que pasa mientras suenan gritos de “Isco, Isco” en las gradas.

Y esto, ay, los jéiters del fútbol nunca lo entenderán.

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