THE OBJECTIVE
Anna Grau

Manrique, Ache, Giró: tres víctimas del Procés

«Solo en la Cataluña del «procés» es posible que un hombre catalanísimo pero de orden como Giró, amante del poder discreto y bien entendido, que deplora toda estridencia, haya acabado inmerso en la vorágine, es más, viéndola normal»

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Manrique, Ache, Giró: tres víctimas del Procés

Andreu Dalmau | EFE

Lo que en Cataluña llaman «procés» y fuera tiende a diluirse en inescrutable «problema catalán» puede abordarse desde puntos de vista muy políticos, muy institucionales, o más civiles y anclados en el día a día de la gente. Hace tiempo que algunos lo venimos avisando a quien nos quiere escuchar: el tema no se arregla abortando ningún eventual simulacro separatista. El «procés» siempre ha ido, siempre va, de otra cosa. No tanto de independizarse de España «hacia afuera» como de tomar un discreto poder absoluto «hacia adentro».

Estos días se ha hablado mucho del catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona Ricardo García Manrique, insultado en pleno claustro al grito de «fascista» y «colono» por hacer algo tan sencillo, tan aparentemente obvio, como reclamar la neutralidad de la institución. Ricardo García Manrique encarnaría el tipo de víctima del «procés» más sangrante, más evidente. Un abrazo profundo desde aquí para él y para todos los que se han significado a su favor, entre los que orgullosa quiero contarme. Pero, sin restarle ni un ápice de gravedad a lo suyo, quisiera hablar de otros que padecen algo parecido, sólo que desde una indefensión más invisible y por eso mismo más aguda.

Pienso en muchos no catedráticos ni funcionarios, es decir, en gente que no se juega la posición o la carrera sino la supervivencia misma. Trabajadores en precario, autónomos, gente con pequeños negocios que un tsunami amarillo puede tumbar en cualquier momento. Pienso en muchos periodistas. Otro día si quieren les hago el detalle de las cuentas del reparto de la publicidad institucional y del control férreo, y cuando digo férreo, es férreo, de los medios de comunicación en Cataluña. Por supuesto de los públicos, pero también (o sobre todo) de los privados. Ser periodista en Cataluña y pretender escapar a las fauces del «procés» es una aventura. A veces es literalmente un suicidio. Pienso ahora mismo en Josep Ache, un periodista con el que coincidí en el Diari de Sabadell, del que yo me fui hace muchos años. A él le echaron. Lo peleó. Tuvieron que indemnizarle. Pero no hay indemnización que aguante largo tiempo a la intemperie, sin que nadie te dé trabajo, o sólo te lo dé gratis. Porque al que no es de la cuerda ni del «procés», ni agua.

¿Que cómo sé yo que a Josep Ache no le dan trabajo por esa razón? Pues miren, porque es imposible que haya otra. Porque en un páramo de calidad periodística espantosamente menguante, de profesionales de la información cada vez menos respetados y peor pagados, con menos capacidad de hacer su trabajo dignamente, Ache y sus artículos, los que todavía escribe por ahí de vez en cuando, destacan como un cisne en una charca de patos. Por su cultura inagotable, por su capacidad de análisis, por su seriedad. ¿No me creen? Echen un vistazo aquí. Sólo en la prensa anglosajona (y no cada día) he leído yo cosas como las que Ache escribe. O escribía antes de que le diese un infarto masivo que de momento ha obligado a su familia a quitarle de en medio y hasta a secuestrarle el móvil, a ver si se recupera alejado de este catalán mundo cruel.

Pero vamos con el tercer tipo de víctima del «procés» del que les quería hablar hoy. Es un tipo tan sutil que ni la misma víctima se da cuenta. Les parecerá raro que incluya en esta particular lista de Schindler nada menos que al actual conseller d’Economia de la Generalitat, Jaume Giró, un hombre que hasta hace bien poco encarnaba o parecía encarnar casi a la perfección el sueño catalán: tiene mérito venir de dónde él viene, que no es precisamente de las alturas, y llegar a ser casi Isidre Fainé. A ser casi la Caixa.

Cuando Giró se convirtió en el fichaje sorpresa y estrella del sector más hiperventilado del actual gobierno catalán, hubo mucha confusión. Los anticapitalistas que apoyan a este gobierno se rasgaban las vestiduras,  mientras el propio Giró, en un rasgo de sinceridad bastante inaudita, no vacilaba en proclamar en sede parlamentaria su irónica condición de “desheredado” de la oligarquía financiera. Es cierto. La relación de Giró con Fainé acabó como la de mossèn Cinto Verdaguer con el marqués de Comillas, quien le protegía y le tenía de limosnero, de repartidor de su beneficencia, hasta que, espantado de lo enloquecidamente que al final la empezó a repartir, no se limitó a cortarle el grifo. Le puso además la cruz.

Solo en la Cataluña del «procés» es posible que un hombre catalanísimo pero de orden como Giró, amante del poder discreto y bien entendido, que deplora toda estridencia, haya acabado inmerso en la vorágine, es más, viéndola normal. Cuando hombres así tienen que salir a defender que la Generalitat avale con dinero público las fianzas de los líderes separatistas condenados por malversación, es decir, que la Generalitat se malverse a sí misma, y a todos los que con nuestros impuestos la sufragamos, por decreto ley; cuando hombres así tienen que enfrentarse a todo el sistema financiero, que no hay banco en el mundo que haya querido responder de esto, y al judicial, que lento pero inexorable sigue su camino; cuando hombres así se quedan solos en la cuerda floja, porque Salvador Illa ni siquiera asistió al debate parlamentario donde estos avales trampa se aprobaron, y Pere Aragonès, el que se supone que tanto presionó a Giró para dar este paso, se ausentó a la hora de la verdad de la votación…¿a quién creen que le va a tocar dar la cara en solitario, si todo falla? ¿Qué más tiene que pasar para darse cuenta de que todos en Cataluña somos sacrificables, todos prescindibles, todos carne de cañón política y civil mientras los de siempre escapan indemnes, ocultos en el maletero de un coche o en la cara oscura de la ley?

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