THE OBJECTIVE
Julia Escobar

Max Jacob, juglar y mártir

Francia, en la primera mitad del siglo XX, es un vivero de singularidades artísticas. Una de ellas, de gran repercusión en su entorno, la representa el poeta Max Jacob, amigo y protector de Picasso, mentor y modelo de Edmond Jabès, a quien, según él, Jacob le enseñó a enfrentarse con su errante identidad a través de su escritura.

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Max Jacob, juglar y mártir

Francia, en la primera mitad del siglo XX, es un vivero de singularidades artísticas. Una de ellas, de gran repercusión en su entorno, la representa el poeta Max Jacob, amigo y protector de Picasso, mentor y modelo de Edmond Jabès, a quien, según él, Jacob le enseñó a enfrentarse con su errante identidad a través de su escritura.

Max Jacob nace el 11 de julio de 1876 en Quimper, Bretaña, donde lleva a cabo sus estudios con brillantez. Su padre era un sastre judío no practicante y Max no recibe más educación religiosa que la que impregna hasta las mismas piedras de la región más católica de Francia y a la que se muestra, especialmente sensible como se verá posteriormente. A finales de siglo realiza el inevitable viaje a París donde ingresa en la escuela colonial que abandona dos años después y, tras ejercer de pasante de abogado, hortera de tienda y profesor de piano, se mete con sumo placer a crítico de arte y empieza a pintar y a escribir. En 1901 entabla amistad con Pablo Picasso, André Salmon y Guillaume Apollinaire quienes lo introducen en Montmartre donde no tarda en convertirse en una figura de lo más peculiar. Escribe cuentos para niños y experimenta hasta el final la fiebre bohemia del Bateau-Lavoir. En 1909 se instala en la rue Ravignan, muy cerca de donde vive Picasso y ahí tiene una experiencia mística que cambia el rumbo de su vida: recibe la visita de Cristo a quien describe así: «… vino Dios… ¡Cuánta belleza! ¡cuánta elegancia y dulzura! ¡Sus hombros, su porte! Llevaba un vestido de seda amarilla con adornos azules. Se dio la vuelta y entonces vi aquel rostro apacible y radiante…»

Al punto se convierte al catolicismo aunque no se bautizó hasta el el 18 de febrero de 1915, tras una segunda aparición, siendo su padrino Pablo Picasso, que le llamó Cipriano, uno de los cuatro o cinco nombres con que le habían bautizado a él mismo y le regaló un ejemplar de «La imitación de Cristo».

La conversión de Max Jacob provocó algunas crisis de conciencia en su entorno así como cierto contagio ya que fue seguida por la de Réverdy. A partir de ese momento Max escribe obras de inspiración religiosa, como Saint Martorel, (1911), Les Œuvres burlesques et mystiques de frère Martorel, mort au couvent de Barcelone (1912) y leyendas bretonas. En 1917 publica Le Cornet à dés, su obra más conocida, junto al Art poétique (1922) y los Consejos a un joven poeta seguidos de Consejos a un estudiante, traducida al español por José Antonio Millán Puelles en Rialp.

La conversión de Jacob ha sido reiteradamente puesta en duda por exegetas y amigos, desconcertados por los continuos e imprevistos centelleos de humor y sensualidad de sus escritos, pero la realidad es que se retiró del mundo en 1921, dedicándose a la contemplación religiosa en Saint-Benoît-sur-Loire, retiro sólo interrumpido por algunos viajes por España, Italia y Bretaña y con un único y fallido intento de reinstalarse en París. Desde ahí, su producción es tan variada como febril: guaches, dibujos, poemas-affiches, novelas, meditaciones, fantasías, hasta que, ya estallada la guerra, las persecuciones contra los judíos, la muerte de su hermano y la deportación de su hermana le hace ser clarividente: “Moriré mártir», dijo, y efectivamente, en febrero de 1944 es detenido por la Gestapo y muere poco después en el campo de concentración de Drancy, a pesar de la movilización de sus amigos para que lo liberaran. La historia es la siguente: Jean Cocteau promueve la firma de una carta dirigida a las autoridades alemanas. Todos firman menos Picasso que dijo: «No vale la pena hacer nada. Max es un ángel. No necesita nuestra ayuda para echar a volar y salir de prisión.» El genio no supo estar a la altura en el momento más amargo del que fuera su protector y ahijado. Como comenta José Miguel Ullán «qué no habríamos dicho si esas terribles palabras hubieran salido de los labios de Salvador Dalí».

La obra literaria de Max Jacob es extensa (aproximadamente unas cuarenta obras reseñadas amén de la correspondencia) y eminentemente poética. En ella se mezclan prosodia, verso libre, poemas en prosa y novelas con versos intercalados así como novelas convencionales. Su estilo es coloquial: bromista, epistolar, meditativo y mundano. La anécdota disparatada atraviesa como un rayo un pensamiento profundo convirtiéndolo de pronto en máxima, lo que explica que algunos críticos vean una influencia de Jacob en Ramón Gómez de la Serna. Aunque heredero de una larga tradición literaria de conciso lirismo y elegancia, Jacob renueva el género integrando un elemento de atrevida insolencia muy próxima al moderno cubismo literario que ya anuncia el surrealismo. Según Michel Leiris, gran admirador y amigo de Jacob, éste escribía «a ras del suelo», creando, mediante juegos de palabras, las imágenes más disparatadas en un fondo de siempre: los bosques de Bretaña, la vida de provincias.

En una época ávida de nuevas experiencias estéticas, Max Jacob se nos aparece como un personaje, sin duda insólito por su complejidad, pero previsible en esos tiempos convulsos: gran charlatán, bohemio, cotilla, profuso productor de anécdotas pintorescas, astrólogo, iluminado, profundamente religioso, solitario, con un físico acorde con tal singularidad que algunos han descrito como parecido a Baudelaire y Marcel Schowb, y capaz de hacer un gran papel tanto en Montmartre como en Saint-Benoît. Se le considera un maestro del género poético -para algunos uno de los grandes recreadores del poema en prosa- o un simple vanguardista más que pasó a la posteridad por haber sido amigo de Apollinaire y de Picasso, su obra tiene una entidad -el tiempo lo ha demostrado sobradamente- que ya ocupa un lugar prominente en aquella época preambular cuyos ecos y reminiscencias han marcado indeleblemente la nuestra.

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