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Matias Costa

Media hora en el cielo

Rob Ford, alcalde de Toronto, acaba de admitir su consumo de crack y abuso del alcohol. Sin embargo, un 44% de los ciudadanos sigue apoyando su gestión

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Media hora en el cielo

Rob Ford, alcalde de Toronto, acaba de admitir su consumo de crack y abuso del alcohol. Sin embargo, un 44% de los ciudadanos sigue apoyando su gestión

‘Ojalá pases media hora en el cielo antes de que el Diablo sepa que has muerto’. Este dicho popular irlandés da título a una de las mejores películas del prolífico Sidney Lumet. En ella, un bróker adicto a la heroína en apuros económicos (Philip Seymour Hoffman), trama junto a su hermano un golpe que sale estrepitosamente mal y deriva en tragedia. “En mi vida”, admite el protagonista, “nada encaja con nada. No soy la suma de mis partes. Mis partes no equivalen a lo que yo soy, supongo”.

Me genera más confianza (y estima) alguien que admite torpemente su desmoronamiento que quien, tratando de ocultarlo, desgarra a todo el que se le pone por delante. En otra película reciente de Robert Zemeckis titulada ‘The Flight’, el protagonista (Denzel Washington) tarda el metraje entero en admitir su alcoholismo. Lo hace en la cárcel, pagando una imprudencia, y “sin embargo” confiesa “nunca me he sentido más libre”.

A Rob Ford, alcalde de Toronto, no le llega la camisa al cuerpo, ni la corbata al cuello. Es un hombre congestionado y explosivo que acaba de admitir su consumo de crack y abuso del alcohol. Sin embargo, un 44% de los ciudadanos sigue apoyando su gestión. Un hombre con problemas que parece pensar, como Parsifal en su búsqueda del Santo Grial, que “el Mal se desvanece ante quien responde por el Bien”. Veremos; el humano es despiadado con la debilidad humana.

A Dominique Strauss-Khan no lo criminalizaron por aplaudir, aún al frente del FMI, la política económica del tirano Gadafi. Ni por defender la “ceguera” del FMI frente a la pavorosa crisis que se avecinaba. Su caída fue consecuencia del escándalo por sus compulsivas perversiones sexuales.

Fue también en una obra maestra de Lumet, ‘Twelve Angry Men’, donde un solo hombre se enfrenta a los otros once miembros del jurado para que no condenen la transgresión de lo convencional, sino los puros hechos, sin juicios morales.

 

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