THE OBJECTIVE
Víctor de la Serna

Mi 12 de octubre catalán

Andaba yo descubriendo el Camino Real que une las misiones españolas en California dentro del nostálgico recorrido con el que mi mujer y yo nos despedimos de Estados Unidos en ese lejano verano de 1975 cuando, entre Los Ángeles y San Diego, nos encontramos en un cruce con una carretera, la Portola Parkway, cuyo nombre me llamó la atención porque por allí no parecía haber ninguna población, ningún condado, con ese nombre. Preguntando aquella noche oí por primera vez en mi vida -cosa que me sigue avergonzando, porque un corresponsal en EEUU debería saber esas cosas- el nombre de Gaspar de Portolà.

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Mi 12 de octubre catalán

Reuters

Andaba yo descubriendo el Camino Real que une las misiones españolas en California dentro del nostálgico recorrido con el que mi mujer y yo nos despedimos de Estados Unidos en ese lejano verano de 1975 cuando, entre Los Ángeles y San Diego, nos encontramos en un cruce con una carretera, la Portola Parkway, cuyo nombre me llamó la atención porque por allí no parecía haber ninguna población, ningún condado, con ese nombre. Preguntando aquella noche oí por primera vez en mi vida -cosa que me sigue avergonzando, porque un corresponsal en EEUU debería saber esas cosas- el nombre de Gaspar de Portolà.

Así me enteré de que aquel ilerdense (de Os de Balaguer) fue, no sólo el primer gobernador militar español de la Alta California, sino el fundador de San Diego y de Monterrey. En resumen, el eficaz y leal creador, a mediados del siglo XVIII, de la California española. Y mucho más reconocido allí que en su tierra natal.

En este peculiar 12 de Octubre de 2017, vayan ustedes a saber por qué, me he puesto a pensar en tantos catalanes que han servido con honor y brillantez a España a lo largo de los siglos. De muchos permanecen vivos los nombres en la memoria: Prim, Pi i Margall, Granados, Albéniz, D’Ors, Dalí, Pla, Samaranch… Pero algunos han sido lamentablemente dejados de lado desde siempre, como Portolà. Y de muchos otros, no tan históricos, el recuerdo se ha ido desvaneciendo.

Justamente hoy, en este Día de la Hispanidad tan rodeado de amenazas y temores, me acuerdo sobre todo de dos de ellos, admirados amigos de mi padre a los que conocí en mi juventud.

Uno, el diplomático e historiador barcelonés Gil Armangué i Rius, fue la mano derecha de nuestro mejor ministro de Exteriores, el vasco Fernando Castiella, cuando empezamos la larga y difícil pugna por recuperar Gibraltar en Naciones Unidas hace medio siglo: su documentadísimo libro ‘Gibraltar y los españoles’ es un estudio de todo lo sucedido desde 1704 y proporcionó la apoyatura histórica y jurídica que nos permitió abrir el camino pacífico hacia una solución que, por mor del irredento (aunque muy crepuscular) colonialismo inglés, todavía no ha fructificado, pero sí ha servido para arrumbar en la ONU las pretensiones de autodeterminación de la actual población gibraltareña.

 

El otro fue aquel gerundense tan encantador y talentoso como polifacético, el humanista, crítico de arte, economista y dirigente deportivo Juan Gich Bech de Careda, que hizo de todo, y todo bien: director general de Enseñanza Universitaria, director de ‘El Correo Literario’, gerente del F.C. Barcelona, crítico de varios medios barceloneses, presidente del Comité Olímpico Español (durante su mandato logró Paco Fernández Ochoa su histórica medalla de oro), diputado de UCD por Gerona, presidente del Banco Peninsular…

Gil Armangué, Juanito Gich y tantos como ellos pertenecieron a esa generación, hoy un tanto menospreciada, que supo sacar a la España del último franquismo y de la Transición de su aislamiento y llevarla a la modernidad. Una generación con tantos nombres catalanes…

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