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Juan Marqués

Moralidades

«La moral ahora es fascista. Tener un poco de conciencia es de derechas»

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Hemos llegado a un momento de la Historia en que, a la mínima que alguien apela remotamente a la moral, automáticamente se convierte en un moralista, en el peor sentido de la palabra. Si intentas mirar todavía las cosas desde el punto de la vista de la ética entonces es que no te enteras y eres un «viejuno». Si ante tu reivindicadísimo y ya casi sagrado derecho a insultarme yo pregunto qué pasó con mi derecho a no ser insultado entonces soy un «ofendidito» (término que, por definición, pone en evidencia a quienes lo utilicen). Si te parece mal que se entienda la libertad como el «derecho a hacer daño a los demás» entonces, en el mejor de los casos, te miran con verdadera pena, te dicen que «no entiendes», intentan que seas tú quien se sienta no sólo completamente perdido y equivocado, sino incluso dañino, alguien efectivamente peligroso. La moral ahora es fascista. Tener un poco de conciencia es de derechas. Los últimos días nos han vuelto a regalar varias entretenidas ocasiones de comprobarlo.

Lo primero fue lo de Lola Flores. Mi «curiosidad audiovisual» está bajo mínimos desde hace por lo menos quince años (sólo hace tres o cuatro meses me enteré de quién es Pablo Motos…), de modo que ni siquiera he visto el anuncio, ni tengo la más diminuta intención de verlo, pero me han llegado los ecos del debate sobre los posibles límites deontológicos del llamado deep-fake. ¿De verdad se puede hacer decir a alguien fallecido algo que jamás dijo ni hubiera dicho, y además en un contexto publicitario? Que fuera un anuncio para la Cruzcampo o para la Cruz Roja a mí, francamente, me da lo mismo; quiero decir que no me parece más grave por el hecho de que se anunciara alcohol, eso sí me sonaría moralista. Lo importante es discernir si pueden los familiares de una famosa fallecida disponer de ese permiso y lucrarse con él. Es obvio que perdemos muchos de nuestros derechos en el momento exacto de morir, no hay otro remedio, ¿pero los perdemos todos? ¿De verdad nuestras hijas decidirán lo que es digno o lo que no? ¿No debería haber algún consenso social tácito o, en su defecto, alguna ley que regule esas osadías?

Pero apenas dio tiempo a pararse a pensarlo porque entonces saltó lo de Gil de Biedma. El Instituto Cervantes, es decir, el Estado español, es decir, todos nosotros y nosotras, programó un homenaje a un buen poeta que póstumamente, en un diario, narró sus encuentros sexuales con niños filipinos, midiendo con cierto detalle el grado de su satisfacción al respecto, o lamentando la para él no totalmente grata disposición del muchacho, etcétera. En mi modesta opinión la cosa era y es relativamente fácil de resolver: Jaime Gil de Biedma es un poeta sobrevalorado pero lo suficientemente bueno ya no para que se le publique, o se le lea, o se le estudie incluso en los institutos…, sino para que siga presente en la vida pública, y no debería haber mucha oposición moral a ello, es literatura de calidad y debe circular. En cuanto al hecho de que una institución oficial le homenajee, yo entiendo los reparos que puedan tener algunos (es fácil, aunque poco habitual, imaginar qué pensarían sus víctimas ante esos ramos de flores y esos aplausos), pero seguiría siendo «generoso», adaptando en cierto modo aquella máxima platónica de san Agustín: «Odiamos tanto el pecado como amamos al pecador». A pesar de poder sospechar sin grandes esfuerzos los «dobles raseros» a los que asistiríamos si un terrorista del 11M hubiera escrito en prisión una novela maravillosa o, «muchísimo más grave», si alguno de los cafres de «La Manada» se revelase como un pintor genial, en mi opinión cualquier obra artística de talento ha de ser protegida, lo cual implica moverla, celebrarla, reivindicarla, aunque, como sucede con muchísimos genios o maestros, al hablar de ellos no se debería jamás ocultar sus crímenes o sus delitos, y de hecho celebrar la obra de alguien comprometedor podría implicar siempre una buena oportunidad para hacer pedagogía y recordar que determinadas actitudes no merecerán jamás la impunidad. El director del Instituto Cervantes lo podía haber hecho de forma sencilla y digna sin grandes complicaciones: si en la rueda de prensa alguien salta con el tema de Filipinas (y saltará), entonces con la mayor firmeza se declara la «tolerancia cero» ante la pederastia, sin el menor matiz, porque hablando de estas cosas la más minúscula posibilidad de «comprensión» supone indignidad y descrédito para quien incurra en ello. Bueno, pues no. Lo que sucedió fue que mi apreciado Luis García Montero (quien, por cierto, abusa del adjetivo «moral» en sus textos y discursos) dijo que Gil de Biedma fue un hombre «decente» y arremetió contra quienes protestan por la incomprensible transigencia que desde determinados ámbitos se ha mostrado durante décadas ante aquellos sucesos, como si fueran carroñeros en vez de ciudadanos responsables o historiadores con afán de exactitud o analistas respetuosos con esa «memoria histórica» que, según por dónde sople, conviene más o menos.

Uno, en su superlativa ingenuidad, diría que la pederastia, como el terrorismo, o como cualquier otro tipo de violencia sexual, o como la violencia contra las mujeres… debería ser algo en lo que toda la sociedad, con una unanimidad aplastante y disuasoria, coincidiera en mostrar una oposición radical, sin fisuras. Pero hemos tenido que ver una vez más cómo, esencialmente, la actitud ante la depravación de Gil de Biedma ha sido la de «pelillos a la mar», vamos a perdonar a los poetas que hagan aquello por lo que, con toda la razón, condenamos a los curas, que para eso aquéllos son «progresistas» y «partidarios de la felicidad» (qué importa cómo intenten conseguirla)… Yo creo que en ese «quitar hierro» hay algo muy culpable, o por lo menos muy poco ejemplar, pues cualquiera de los muchos malnacidos que a día de hoy practica el suavemente llamado «turismo sexual», yéndose a países lejanos y empobrecidos para hacer lo que jamás intentaría en el suyo, podría relajarse al observar cómo desde instancias oficiales del Estado se le está insinuando que lo que hace tampoco es tan grave, que ante su cobardía y su agresiva desviación se puede mirar hacia otro lado y aquí no habrá pasado nada.

Y cuando parecía que el debate sobre Gil de Biedma se iba a alargar y enrarecer, llegó el cómico huracán de nuestro Vicepresidente Primero del Gobierno para soltar su propia bomba, que dejaba todas las demás en una broma. Lo que dijo (sin que, a día de hoy, haya apenas rectificado) no es más que la autohumillante repetición de lo que el propio Puigdemont, trilero venido a más, ha hecho varias veces, al comparar su huida a la expulsión de los republicanos de 1936 o 1939. Lo más grave del asunto es que seguramente Iglesias sabe que lo que está diciendo es una iniquidad, pero ha concluido que le conviene hacerlo, es decir, que está dispuesto a ultrajar a conciencia la memoria de muchos de nuestros mejores hombres y nuestras mejores mujeres para pescar no se sabe qué apoyos o para intentar atornillarse a un supuesto liderazgo rumiante, decadente, aburrido, ególatra hasta lo ridículo y ya abiertamente penoso. Le está ocurriendo lo mismo que a Albert Rivera: los abanderados de la «nueva política» se han convertido en poquísimos años en parodias fanatizadas y sonrojantes de los clichés políticos más rancios y despreciables, y por lo tanto en exactamente lo contrario de lo que necesitamos, tan lejos de lo que se anhelaba en el 15M como pueda estar Vallecas de Galapagar.

Cuando algunos amigos se enteran de que yo voté y volvería a votar hoy a Íñigo Errejón intentan hacerme ver, escandalizados, que para empezar estoy apoyando a «un traidor». Yo creo que cada vez más gente se puede dar cuenta de que, dependiendo de a quién «traiciones», esa deslealtad ya no es una vileza, sino una virtud, una rectificación a tiempo. ¿Acaso Errejón estaba obligado a permanecer toda su carrera política al lado de alguien que al cabo se ha demostrado tan exageradamente falto de escrúpulos o, en el mejor caso, de formación y de vergüenza? ¿Acaso no representa Más País, a día de hoy, una opción moderada y racional para aquellos a quienes el PSOE se nos queda tibio y entendemos que Podemos es un perfecto despropósito?

Sea como sea, y volviendo a lo anterior, por mi parte, queridos amigos, no os retiraré mi afecto cuando hagáis comparaciones históricas aberrantes, pero tendréis que oírme. Y os seguiré regalando libros cuando reconozcáis que habéis cometido algún episodio de pederastia, pero espero de corazón tener que hacerlo llevándooslos a la cárcel.

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