THE OBJECTIVE
Laura Fàbregas

Mujeres de verdad

Una de las peculiaridades en común de sectarios de todos los signos es la falta de sentido del humor y de autoironía. ¡Con lo saludable que resulta reírse de uno mismo! Así es como las bromas sobre mujeres o cualquier crítica al feminismo se han convertido en un campo minado que puede explotarle a quien menos se lo espera. Como bien sabe el actor Dani Rovira con la famosa marquesina.

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Mujeres de verdad

Una de las peculiaridades en común de sectarios de todos los signos es la falta de sentido del humor y de autoironía. ¡Con lo saludable que resulta reírse de uno mismo! Así es como las bromas sobre mujeres o cualquier crítica al feminismo se han convertido en un campo minado que puede explotarle a quien menos se lo espera. Como bien sabe el actor Dani Rovira con la famosa marquesina.

Otro con más empaque para la controversia que también ha encendido las redes es Javier Marías. El escritor ha equiparado en una entrevista a El País a una parte del feminismo actual con las peores monjas de antaño. Se puede o no estar de acuerdo con el comentario, pero valoro su valentía de tratar a las feministas como mayores de edad. Porque solo a los niños o a los seres que consideramos inferiores no les decimos nada que pueda ofenderles.

El tema me ha llamado la atención porque me acuerdo con suma nitidez de la primera vez que ví a Anna Gabriel en un debate político en 8TV. Mi primera impresión fue que era una especie de madre superiora en moderno, es decir, con flequillo. Como suelo juzgar los argumentos y no el físico, su metafórico flequillo no volvió a interesarme hasta que la coqueta de Júlia Otero, en TV3, volvió sobre el tema al mostrar su incredulidad en que su corte –siempre milimétrico– fuera solo una cuestión de “comodidad”, tal y como Gabriel se apresuró en justificar. La cupaire mostró un pudor casi religioso en aceptar que estaba tan atenta a sus peinados como la rubia pepera que presume de larga cabellera.

Por suerte, la mayoría de nosotras sabemos que lo que define a una mujer libre no son ni las indumentarias grupales como esas camisetas con mensaje feminista tan de moda, ni los cortes de pelo extremo. Tampoco los nuevos e infames semáforos con faldas promovidos desde la que llaman nueva izquierda. Las mujeres de verdad visten como les da la gana. Sin sucumbir a las preferencias de los hombres, pero tampoco a los mandamientos ideológicos o religiosos.

Liberarse a una misma es, sobre todo, liberarse de sus propios prejuicios. Y aceptar la ironía e incluso la contradicción de cuidar tu pelo sin pensar que solo hay un componente lascivo en ello. Porque, si no, se pierde la inocencia y la libertad, y vuelve la misma mirada sucia, la sospecha y la constante amenaza de pecado con la que la religión ha sometido durante siglos a las mujeres. Ahora a través de esa nueva cofia laica que es el flequillo hachazo.

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