THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

Nacionalismo catalán: los ladrones de palabras

No es fácil, incluso en las liturgias líquidas de la política, contemplar un abismo entre las palabras y la realidad equiparable a la intervención de Puigdemont dando un ultimátum con el referéndum bajo el título de ‘Invitación a un acuerdo’. Claro que no se trata de algo excepcional. La ruptura aceptada entre discurso y realidad es uno de los signos de la época. Los populismos han invadido los campos semánticos para apropiarse de ‘la gente’, pero no es privativo de ellos; estos días se ha visto a los socialistas estrangularse con el orgullo y la dignidad, y al PP apelar a sus fetiches de la seriedad y estabilidad para abordar la corrupción. Pero el secesionismo supera todo eso. En sus delirios retóricos han llegado a identificarse como apartheid, como si la riquísima sociedad abierta de Cataluña fuera el Soweto de los años de plomo. Cuando las palabras se desconectan de la realidad, comienza una realidad paralela.

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Nacionalismo catalán: los ladrones de palabras

No es fácil, incluso en las liturgias líquidas de la política, contemplar un abismo entre las palabras y la realidad equiparable a la intervención de Puigdemont dando un ultimátum con el referéndum bajo el título de ‘Invitación a un acuerdo’. Claro que no se trata de algo excepcional. La ruptura aceptada entre discurso y realidad es uno de los signos de la época. Los populismos han invadido los campos semánticos para apropiarse de ‘la gente’, pero no es privativo de ellos; estos días se ha visto a los socialistas estrangularse con el orgullo y la dignidad, y al PP apelar a sus fetiches de la seriedad y estabilidad para abordar la corrupción. Pero el secesionismo supera todo eso. En sus delirios retóricos han llegado a identificarse como apartheid, como si la riquísima sociedad abierta de Cataluña fuera el Soweto de los años de plomo. Cuando las palabras se desconectan de la realidad, comienza una realidad paralela.

El plan secesionista es anticonstitucional, antiestatutario y antidemocrático, pero el éxito del secesionismo ha sido precisamente generar el marco mental de que libran una batalla por la democracia. ‘Democráticamente inviolable’ dijo Puigdemont. Junqueras: “O referéndum o referéndum; o democracia o democracia”. Colau: “urnas para conseguir una salida democrática”. También Pablo Iglesias.: “la libre decisión democrática es imprescindible”. Y todos repiten ese mantra, bajo la lógica tan goebbelsiana de que repetido cientos de veces se convertirá en la verdad. Apuntaba Guy Durandin en La información, la desinformación y la realidad que la existencia de palabras hace creer en la existencia de cosas, e instala en las mentes juicios de valor. A golpe de repetir la misma letanía, su clientela no ve más que eso: sacar las urnas como gran ejercicio democrático. En una realidad paralela así son las cosas: un ultimátum para destruir el Estado que exigen que sea atendido por ‘sentido de Estado’.

Peter Handke decía el lunes, en víspera de ser investido doctor honoris causa por Alcalá de Henares, que “el proyecto de Cataluña da miedo”. Lo terrorífico es la ceguera del marco mental invocando la democracia, ¡la democracia!, para no pensar más allá. Contra cualquier argumento –Ley, Historia, Europa, resultados electorales…– la respuesta es ¡democracia! ¡democracia! En definitiva, contra la democracia claman ¡democracia! Es el ‘elefante’ con que, según la teoría de Lakoff, han ganado la batalla. El plan es chantajear el Estado con una ley de desconexión sin soporte legal mínimo con la que establecer una Justicia sectaria sin separación de poderes o restringir la libertad de prensa… en definitiva un corpus autoritario reivindicado al grito de ¡democracia! Esto Philip K. Dick lo explicó en dos frases: “La herramienta básica para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si puedes controlar el significado de las palabras, puedes controlar a la gente que usará esas palabras”.

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