THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

Neonegacionismo y neolengua

Fundéu hace la encomiable labor de fijar y dar esplendor al neolenguaje. Un uso trémulo y disperso en las redes es suficiente para recoger ciertas palabras de nueva creación, o de uso renovado. Las palabras son convenciones sobre el mundo de las ideas, y éstas son representaciones sobre el mundo, en términos wittgensteinianos, y sobre otras ideas. Cada palabra, por tanto, nos sirve para ayudarnos a navegar por el ingente océano de las ideas.

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Neonegacionismo y neolengua

Fundéu hace la encomiable labor de fijar y dar esplendor al neolenguaje. Un uso trémulo y disperso en las redes es suficiente para recoger ciertas palabras de nueva creación, o de uso renovado. Las palabras son convenciones sobre el mundo de las ideas, y éstas son representaciones sobre el mundo, en términos wittgensteinianos, y sobre otras ideas. Cada palabra, por tanto, nos sirve para ayudarnos a navegar por el ingente océano de las ideas.

Un océano mucho más contaminado que los nuestros. Las ideas compelen a la acción o a la omisión, y nos conducen hacia lo bello y lo excelso, o hacia los crímenes más atroces contra la estética, y en última instancia contra la humanidad. El nombre “Socialismo”, por ejemplo, ha arrastrado a millones de personas a defender un sistema político y económico que cuenta sus crímenes en decenas de millones de personas. Por eso las palabras son importantes, y por eso los totalitarios que retrató Orwell en su novela distópica siguen contaminando el léxico con sus neopalabras.

Algunas de ellas son nuevas porque la realidad que denotan también lo es. Superdesempate, por ejemplo, es el super tie break a diez puntos que se introdujo en el Open de Australia. Seriéfilos los ha habido desde los lectores de folletos en los periódicos, pero el consumo de series de televisión se ha generalizado con las plataformas de contenidos, y público e industria se refuerzan en número y calidad, para hacer de muchos de nosotros grandes aficionados a disfrutar en casa del cine de largo desarrollo.

La electromovilidad no es nueva. No hace mucho, mi padre me señalaba a un vecino mío, haciéndome ver que le conocía desde el colegio. Él y sus hermanos, me dijo mi padre, iban al colegio en un coche eléctrico. Pero lo que era una tecnología muy minoritaria está empezando a extenderse, y todos nos imaginamos viviendo la era en la que quemar hidrocarburos será una molesta excepción.

Si exhumación es una de las palabras del año es por el traslado del cuerpo de Franco. Un amasijo de huesos no son una amenaza para nuestra democracia, pero alguna de las manías del dictador, como la censura, sí lo son. Y siguen estando en el gobierno.

La desglobalización, por supuesto, tampoco es una novedad. Tras la I Guerra Mundial, ocupando el lugar del agonizante liberalismo, las ideologías socialistas y nacionalistas rompieron con las instituciones que habían trabado una excelsa red de cooperación mundial: el patrón oro y el comercio internacional. Hoy esa desglobalización es más un ideal de los críticos de la civilización, a izquierda y derecha, que una realidad.

Lo que sí es real es el fenómeno de los huechicoleros: ladrones de petróleo en Méjico, que extraen el preciado mineral de los oleoductos del país. Es de esas palabras que son testigo de una civilización mestiza, de raíces indígenas y sufijo latino.

Es mucho más bonito utilizar la expresión gota fría que el gélido acrónimo DANA, y emoji es un espanto de palabra, pero cúbit puede triunfar como nombre para los bits cuánticos.

Influente y albañila dan testimonio de la rabia de unos cuantos contra el léxico español. ¿Por qué ese sacrificio de nuestra querida “y” para referirse a una persona que es… influyente? Peor es el caso de albañila, o jueza. Albañil y juez son palabras sin género determinado; de modo que su género se lo otorga el artículo: “el albañil” para masculino, “la albañil” para femenino. Lo mismo, por cierto, pasa con otras palabras muy ad hoc, como imbécil o ignorante.

He dejado para el final la peor de todas. Dice Fundéu que el neonegacionismo es “un término con el que empieza a llamarse a un nueva fase en la negación de ciertos acontecimientos históricos o de otro tipo generalmente aceptados, desde el Holocausto a la crisis climática pasando por la violencia machista”.

Dejen que me remangue. De todos los conflictos contemporáneos, el más violento es el que libramos contra la realidad. Esa realidad que no tiene importancia, porque de todos modos la vamos a cambiar. Su lugar, incómodo, inconveniente, obstinado e independiente, quiere cubrirse con espeso manto ideológico. Neonegacionismo no refiere a quien da la espalda a la realidad, sino a las ideologías que pretenden encubrirla. Para mí es, sin duda, la palabra del año.

Para el año que viene yo propondría destransición, que es en lo que está la izquierda en España desde 2004.

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