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Víctor de la Serna

Nervios tras esa pírrica 'victoria'

Los republicanos han afianzado su mayoría en el Senado, y con eso Donald Trump y todos sus partidarios dentro y fuera de Estados Unidos están proclamando una gran victoria. Y puede que lo sea, y que la confianza generada por ella sea la que ha movido al presidente a echar a la calle a su ministro de Justicia -fiscal general, en la terminología local- Jeff Sessions y a declarar prácticamente la guerra a la Cámara de Representantes. Pero puede que no lo sea tanto, y que la tendencia general del voto hacia los demócratas y la pérdida de esa Cámara baja hayan sacudido al trumpismo y empiecen a atemorizarlo.

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Nervios tras esa pírrica ‘victoria’

Reuters

Los republicanos han afianzado su mayoría en el Senado, y con eso Donald Trump y todos sus partidarios dentro y fuera de Estados Unidos están proclamando una gran victoria. Y puede que lo sea, y que la confianza generada por ella sea la que ha movido al presidente a echar a la calle a su ministro de Justicia -fiscal general, en la terminología local- Jeff Sessions y a declarar prácticamente la guerra a la Cámara de Representantes. Pero puede que no lo sea tanto, y que la tendencia general del voto hacia los demócratas y la pérdida de esa Cámara baja hayan sacudido al trumpismo y empiecen a atemorizarlo.

El Senado es un bastión casi inexpugnable, hoy en día, de los republicanos y de su base blanca y rural, ya que cada Estado puede elegir tan sólo a dos senadores, desde Wyoming con su medio millón de habitantes hasta California con sus 40 millones. Eso dificulta mucho el proceso político-legal que más inquieta al desahogado Trump, el impeachment o juicio parlamentario de destitución: es necesaria una mayoría de dos tercios en la Cámara alta para aprobarlo, y parece improbable que tantos republicanos traicionen a su presidente, llegado ese caso. Ni siquiera en 1974, con mayoría demócrata en la Cámara, parecía fácil que en pleno escándalo Watergate se destituyese a Richard Nixon.

Pero el impeachment no lo es todo en una crisis que divide al país, como aquélla de hace casi medio siglo o como ésta. Nixon acabó dimitiendo, y eso que lo único por lo que se le investigaba eran delitos electorales -espionaje y boicoteo de los candidatos demócratas- y no la panoplia, desde delitos fiscales hasta tráfico de influencias, pasando por alta traición, de la que muchos consideran sospechoso a Trump. Y ciertas revelaciones, que la nueva Cámara demócrata va a intentar sacar a la luz, podrían sacudir a los republicanos, aparentemente tan leales a su jefe. Lo de irse a pique con el barco torpedeado no es plato de gusto en ninguna parte.

En todo caso, y de cara a las elecciones de 2020, los análisis son ominosos: crece mucho el gap republicanos/demócratas entre los menores de 30 años, las tres cuartas partes de los distritos electorales han arrojado resultados más a la izquierda que los de 2016… Cunden los nervios, y una o dos revelaciones sensacionales podrían hacer saltar la baraja.

Trump está respondiendo con prisa y dureza. Ya ha caído Sessions, han quitado -algo sin precedentes- su acreditación al corresponsal en la Casa Blanca de la cadena CNN, Jim Acosta, y algunos piensan que la suerte de Robert Mueller, el investigador del supuesto contubernio de Trump con Rusia, pende de un hilo. Posiblemente vayamos hacia una crisis constitucional sin parangón contemporáneo. Y eso, por desgracia, nos concierne a todos.

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