THE OBJECTIVE
Octavio Cortés

Nikita Klaestrup: el cambio necesario

¿Por qué no convertir el Parlamento en una reserva (como se hizo con los indios navajos) para las tías buenas nacionales en toda su agradable variedad? No se puede perder por ningún lado. Si resultan inteligentes y trabajadoras, el país entrará en una auténtica Edad de Oro; si salen tontas y vagas, pues nos quedamos como hasta ahora, sólo que con el Canal Parlamentario multiplicando por veinte su audiencia diaria.

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¿Por qué no convertir el Parlamento en una reserva (como se hizo con los indios navajos) para las tías buenas nacionales en toda su agradable variedad? No se puede perder por ningún lado. Si resultan inteligentes y trabajadoras, el país entrará en una auténtica Edad de Oro; si salen tontas y vagas, pues nos quedamos como hasta ahora, sólo que con el Canal Parlamentario multiplicando por veinte su audiencia diaria.

Dinamarca, siempre a la vanguardia de la apertura social y los envasados de arenque, ha producido una nueva líder de opinión en forma de híbrido de laboratorio: los sesos rancunianos de Angela Merkel, los cinco mil escotes de Pamela Anderson y la ciber-imprudencia de un coro de borrachos de colegio mayor.

Cuanto más lo piensa uno, todo son ventajas. ¿Por qué no convertir el Parlamento en una reserva (como se hizo con los indios navajos) para las tías buenas nacionales en toda su agradable variedad? No se puede perder por ningún lado. Si resultan inteligentes y trabajadoras, el país entrará en una auténtica Edad de Oro; si salen tontas y vagas, pues nos quedamos como hasta ahora, sólo que con el Canal Parlamentario multiplicando por veinte su audiencia diaria.

La otra solución resulta más antipática. Consiste en ir a la Klaestrup y decirle: mire, señorita, no se puede estar tan buena. Está usted desequilibrando el partido conservador y, de paso, el delicado juego de fuerzas parlamentarias. Búsquese un novio futbolista o matricúlese en un curso sobre Derrida; salga de viaje o enciérrese en casa, lo que sea, pero quítese de en medio una temporada.

Por supuesto, los poderes públicos no pueden pecar de semejante machismo desbarrado. Doña Nikita tiene todo el derecho del mundo a ser guapa y a no esconderse. Lo más seguro es que acabe generando un campo gravitacional mediático que la devorará sin dejar ni la raspa. O quién sabe, tal vez llegue a ministra, o a jefa del gabinete. En el Consejo Europeo, después de veinte años de Merkel, habría algún codazo que otro.

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