THE OBJECTIVE
Carlos D. Lacaci

Ningún niño sin zapatos

Mientras siga habiendo niñas o niños descalzos por el mundo, mientras la pobreza infantil siga siendo un hecho tan cierto como que millones de niños y adultos no puedan a penas comer, no creo que nadie se sienta bien del estómago ni pueda caminar seguro, aunque calce sus zapatos más cómodos.

Opinión
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Mientras siga habiendo niñas o niños descalzos por el mundo, mientras la pobreza
infantil siga siendo un hecho tan cierto como que millones de niños y adultos no puedan a penas comer, no creo que nadie se sienta bien del estómago ni pueda caminar seguro, aunque calce sus zapatos más cómodos.

 

En el mundo hay más de 300 millones de niños sin calzado. Este dato representa por sí mismo otro drama más de las muchas desigualdades sociales que siguen existiendo entre los países desarrollados y los que siguen por debajo de este umbral.

Parece que alguien ha pensado en estos niños y en la necesidad de proteger sus pies, siempre desnudos, siempre doloridos. Un estadounidense llamado Kenton Lee, ha creado unas sandalias que pueden aumentar su tamaño hasta en cinco números y durar, al menos, cinco años.

Mientras en el “primer mundo” caminamos y pisamos con seguridad por calles asfaltadas, calzando zapatos adaptados a los gustos y formas del consumidor, allí, en ese otro mal llamado “tercer mundo”, millones de niños y adultos no pueden cubrirse los pies porque antes tienen que pensar cómo y cuándo van a poder comer.

Con estos temas, no obstante, no conviene caer en la fácil demagogia. Nada se arreglaría descalzando a un continente para calzar a otro. Lo que sí urge hacer, por necesidad y por justicia, es poner los medios necesarios para que no quede en el mundo ni un solo niño o una sola niña más andando por la vida sin zapatos.

Ideas como la de Kenton Lee sirven, además de para cubrir una necesidad básica para la salud de los más desprotegidos, para reflexionar y pensar que, a veces, no todo es cuestión de medios económicos, en muchos casos, como en éste, las carencias y escaseces sociales pueden solucionarse o paliarse con unos pocos euros y mucha imaginación. La misma imaginación que se utiliza para fabricar millones de pares de zapatos, cómodos, modernos y adaptados a cada consumidor en los países desarrollados.

Mientras siga habiendo niñas o niños descalzos por el mundo, mientras la pobreza infantil siga siendo un hecho tan cierto como que millones de niños y adultos no puedan a penas comer, no creo que nadie se sienta bien del estómago ni pueda caminar seguro, aunque calce sus zapatos más cómodos.

Como bien dijo el poeta y dramaturgo español, Pedro Muñoz Seca: “La pobreza iguala las diferencias sociales”. Ahora, todos nos sentimos un poco más descalzos.

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