THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

Ningún plan de paz es un plan de paz

«No hay plan de paz que sea un plan de paz si una de las partes no acepta la existencia de la otra, y no acepta su propio destino si no es en permanente lucha por la desaparición del otro»

Opinión
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Ningún plan de paz es un plan de paz

Todo lo que dice Trump es démosle una oportunidad a la paz. Una paz sobre bases reivindicativas. Exigen los indignados, abusando de las sutilezas de la civilización judeo cristiana como son los derechos, la justicia y la razón, que la paz en el Oriente Medio se construya sobre el principio de dos Estados: uno palestino y el otro israelí. Era una reivindicación contra otros dos Estados, el mencionado israelí y el de los Estados Unidos de América. Pero ahora son esos dos países los que ofrecen esa misma solución.

De modo que se podría decir que los indignados críticos de Israel han obtenido una resonante victoria. Su propuesta, infinitamente justa y tan desbordante de buenas intenciones que incluso daba por buena la existencia del Estado de Israel, ha sido aceptada por quienes debían ser los mayores enemigos de la justicia, y por tanto de la idea de los dos Estados. Pero, por algún motivo, no lo han considerado así.

Veamos, entonces, qué propone el presidente norteamericano Donald Trump para que el intercambio de misiles entre palestinos (de ida) e israelíes (de vuelta) cese de una vez por todas. En primer lugar, prevé la creación de un Estado palestino, sobre las bases de la organización que preside Mahmud Abás, heredera de la OLP.

El plan impone que ambos sean Estados de derecho, basados en la primacía de la ley, la igualdad ante la misma y el reconocimiento de los derechos individuales. Como Israel ya lo es, es un modo de condicionar a la Autoridad Palestina a que el nuevo Estado tenga esas características, además de la periódica celebración de elecciones para renovar las instituciones. También exige que se instituya un sistema financiero transparente, una condición con un claro objetivo antiterrorista.

Israel mantendría su derecho a defenderse de nuevos ataques, y prevé un Estado Palestino desmilitarizado, en pacífica convivencia con Israel. Convivencia pacífica que queda vinculada, en una y la misma frase, con la creación del Estado sin Ejército propio. Por dos motivos: Israel no sería una amenaza para él, ya que insta a su creación, pero los palestinos han luchado denodadamente por la extinción del Estado judío, con desigual suerte, desde los inicios de la OLP. Pero es una situación transitoria; a medida que el Estado palestino renunciase a la guerra contra Israel, iría adquiriendo una creciente capacidad militar. Necesaria, pues tendría que oponerse a otros grupos terroristas, que sin duda encontrarían la calurosa comprensión de los indignados futuros. Palestina controlaría un territorio que dobla el actual, mantendría la capital en Jerusalén Oriental. Israel se compromete a paralizar durante cuatro años los asentamientos.

Todo ello son rayas en el agua. El plan está condenado al fracaso, por la misma razón por la que Yasser Arafat se negó a firmar un plan de paz con todo a favor. En cuanto los medios de comunicación muestren a un niño palestino muerto, dijo, tendremos todas las de ganar. Cuentan con la simpatía cómplice de una parte importante de las sociedades occidentales; cómplice de su negativa a reconocer a Israel y de su actividad terrorista. No hay plan de paz que sea un plan de paz si una de las partes no acepta la existencia de la otra, y no acepta su propio destino si no es en permanente lucha por la desaparición del otro.

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