THE OBJECTIVE
Andrea Fernández Benéitez

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«El odio es crudo. El odio deshumaniza y nos aleja de la dignidad de los otros. El odio rompe la convivencia y corroe la compasión. El odio anula la idea de comunidad»

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Pablo Iglesias | Twitter

Vivimos un momento de urgencia democrática. Sin duda, el suflé del panorama político se ha inflamado a niveles difícilmente manejables y, dicho sea de paso, hacía tiempo que no veíamos un panorama así: varios políticos de alto nivel han recibido amenazas directas o indirectas de muerte. Además, estas amenazas juegan perfectamente con la lógica del terror porque ejercen la violencia a través de actos con una carga simbólica muy elevada – envío por correo de balas, navajas, etc.-

Pues bien, aun con ello, hay quien decide optar por la vía del medio hablando de extremos o incluso apelando a premisas que juegan con el marco del merecimiento y la provocación: Sánchez, Iglesias y otros han actuado de modo que al final han provocado reacciones violentas. Estas disertaciones se vierten en tertulias radiofónicas y en programas de televisión de una forma casi pornográfica y creo importante remarcar que el solo hecho de aproximarse a la idea de que otra persona merece la violencia que recibe es, especialmente en política, un atentado contra los valores democráticos.

Como digo, en todo este marasmo hay quien aún decide hablar de extremos y no condenar sin ambages lo que sucede. Por eso, estos días he recordado algunas lecciones de Habermas, porque la ética no impone respuestas pero sí nos acerca a preguntas que tienen que ver con nuestro ser como ciudadanía, algo que nunca antes había sido tan necesario. Bien, este pensador reflexionó en los Setenta sobre la ética del diálogo y sus implicaciones, cuestión que no es baladí porque la vida se construye desde el uso del lenguaje y, por lo tanto, el diálogo es deseable. Esta afirmación nos lleva a deducir que la convivencia pasa por el entendimiento y el reconocimiento del otro como interlocutor válido. Además, no podemos perder de vista que el cómo se usa la palabra no es inocuo.

Actualmente, el espacio público está dominado por la emotividad: abundan los bulos, las noticias falsas, los titulares cortos, el clickbait y, en consecuencia, la posverdad. Todo esto dificulta la existencia de espacios pausados de intercambio de ideas y de reflexiones acerca de los límites morales de las afirmaciones políticas, de las exigencias y de las demandas que se lanzan y están en el debate público. Pues bien, es importante que no perdamos el horizonte de lo fundamental: una exigencia es justa no por cuánto se grite o se agite sobre ella, lo es cuando podemos corroborar que satisface intereses universalizables, esto es, no de una mayoría o de un grupo, sino que nos hace avanzar como comunidad porque permite vivir a los más desfavorecidos de la forma más aceptable posible: se trata de preservar la dignidad como concepto a través de cada ser humano.

Todo esto conecta con la idea del reconocimiento del otro a través del diálogo, porque dialogar exige reconocer no solo el argumento sino también tener en cuenta valores, el concepto de justicia o la compasión. Evidentemente, ello es incompatible con la deshumanización, el señalamiento individual y el egoísmo político que profieren los líderes de Vox[contexto id=»381728″] y que ningún otro partido político utiliza como estrategia cardinal. Es importante que diferenciemos entre discursos estridentes, desagradables o incluso que crispan del propio odio. El odio es crudo. El odio deshumaniza y nos aleja de la dignidad de los otros. El odio rompe la convivencia y corroe la compasión. El odio anula la idea de comunidad. Por todo eso hay quien pueda gustarnos menos – y es lógico- pero no, no es lo mismo disgustar que generar odio.

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