THE OBJECTIVE
Cristian Campos

No llegan ni a síntoma

Es vox populi que los periodistas, o una amplia mayoría de los periodistas, odiamos a Donald Trump. Que somos tendenciosos y que tergiversamos sus palabras. Que sólo creemos en la democracia cuando esta nos da lo que queremos. Es decir la victoria en las urnas de los candidatos “correctos”. Y que detrás de toda esa maldad se esconden intereses inconfesables. Vender más diarios, conseguir más visitas o la vieja superioridad moral y/o intelectual.

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No llegan ni a síntoma

Es vox populi que los periodistas, o una amplia mayoría de los periodistas, odiamos a Donald Trump. Que somos tendenciosos y que tergiversamos sus palabras. Que sólo creemos en la democracia cuando esta nos da lo que queremos. Es decir la victoria en las urnas de los candidatos “correctos”. Y que detrás de toda esa maldad se esconden intereses inconfesables. Vender más diarios, conseguir más visitas o la vieja superioridad moral y/o intelectual.

Miren. Diarios cada vez se venden menos y no precisamente, como le gustaría a sus detractores, por un exceso de prostitución sino más bien por escasez de ella. En cuanto a las visitas, bueno… prometo liderar algún día el movimiento por el fin de la tarifa plana periodística y la transición a un modelo de cobro por clic. Álvaro Ojeda y la prensa deportiva y del corazón se merecen eso y más: ellos son el futuro de este estercolero.

Más peliagudo es el asunto de la superioridad moral e intelectual. Ahí, lo reconozco, el populismo ha niquelado el argumento. Porque aquí este pedazo de prepotente que les escribe no puede evitar sentirse intelectualmente superior a alguien que le pega fuego a su casa porque tiene frío. Y eso a pesar de ser consciente de que en invierno hace frío y de que el fuego calienta. Pero si no eres capaz de ver el punto débil en el razonamiento quizá no vale la pena alargar el debate.

No hace falta haber leído un par de libros sobre la historia del populismo para saber que este surge, o rebrota, cuando las clases medias (en el caso de Trump y la extrema derecha) y las ociosas o rentistas (en el caso de Podemos y el resto de la izquierda regresiva) temen perder sus privilegios. La táctica es siempre la misma: situar a quien dice admirar a un asesino como el Che Guevara o a quien dice agarrar a las mujeres por el coño, es decir a un adolescente aterrorizado, en el mismo plano moral e intelectual que un adulto.

La táctica suele funcionar. A Trump lo apoya aproximadamente el 40% de los americanos y a Pablo Iglesias un 20% de los españoles. Ambos, Trump e Iglesias, han prometido a sus seguidores sangre y fuego para el enemigo. Trump, cual dictador bananero, quiere meter en la cárcel a Hillary Clinton. Iglesias, controlar a periodistas, espías y jueces. Ni Trump ni Iglesias fingen lo más mínimo porque ninguna de sus interpretaciones obviamente psicóticas de la realidad les resta ni un solo voto entre sus seguidores.

Esos seguidores que creen que Trump e Iglesias son la cura de la enfermedad cuando no llegan ni a síntoma.

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